

Cutrecomentario de Ramón:
La purga.
Costa-Gavras (Loutra Iraias, Grecia, 1933) es uno de los grandes maestros del cine político contemporáneo.
Exiliado en Francia durante la dictadura griega, estudió en el IDHEC de París y se convirtió en un referente del compromiso social en la gran pantalla.
Su salto a la fama llegó con Z (1969), un demoledor alegato contra la represión política que ganó el Óscar a la mejor película extranjera y el Premio del Jurado en Cannes.
Luego firmó títulos esenciales como La confesión (1970), Estado de sitio (1972) o Desaparecido (1982), donde denuncia los abusos de poder y las complicidades de Occidente.
Su cine, riguroso pero apasionado, mezcla el suspense narrativo del thriller con una mirada moral sobre la justicia y la libertad.
Más tarde continuó con obras como Amén (2002) o Adults in the Room (2019), manteniendo intacta su lucidez crítica.
Es, en suma, un director que ha hecho del cine una herramienta política sin perder nunca el pulso artístico.
La confesión tiene el guion de Jorge Semprún y está basada en el libro homónimo de Artur London que narra en primera persona las purgas estalinistas de las que fueron víctimas los disidentes del Partido Comunista checoslovaco, entre ellos el propio London. Estas purgas tuvieron lugar su cénit en el famoso Proceso de Praga de 1952.
Gavras nos conforma un relato meticuloso sobre cómo el sistema estalinista deconstruía la realidad y los personajes con intenciones terribles y oscuras alejadas de toda lógica, ética y moral.
Costa-Gavras, maestro del cine político, lleva aquí su estilo al extremo: cada plano, cada sombra, cada silencio parece formar parte de un interrogatorio interminable.
El guion combina el rigor documental con una estructura narrativa asfixiante: no hay escapatoria para el espectador, que queda atrapado junto al protagonista en un laberinto moral donde la verdad ha sido confiscada por el Estado.
El personaje interpretado por Yves Montand —trasunto de London— pasa de ser un dirigente comunista convencido a convertirse en enemigo del pueblo sin entender por qué.
El proceso es lento, humillante, psicológico.
Simone Signoret, en un papel más discreto pero emocionalmente devastador, representa la dignidad que resiste a la mentira institucionalizada.
Rodada casi íntegramente en interiores sombríos, con una fotografía desaturada que parece oler a humedad y desesperanza, La confesión construye un universo visual opresivo.
El montaje es metódico, deliberadamente repetitivo, como si quisiera replicar la rutina del adoctrinamiento: dormir, ser interrogado, repetir la confesión.
El tiempo, en la película, se dilata hasta el punto de perder sentido.
No hay redención posible, solo la constatación de que los sistemas totalitarios pueden devorarse a sí mismos.
Más allá de su valor histórico, la película es un ensayo sobre la culpa ideológica.
Costa-Gavras no filma héroes ni mártires, sino comunistas fieles destruidos por su propia fe.
Es el gran mérito del film: no mirar desde fuera, sino desde dentro del aparato, desde el corazón mismo del dogma.
El resultado es demoledor: una película que desnuda los mecanismos de manipulación y autodestrucción del pensamiento único, y que obliga al espectador a enfrentarse con una pregunta incómoda: ¿hasta dónde puede un hombre justificar el horror en nombre de una idea?
La confesión no busca conmover, sino perturbar.
Es un film denso, exigente y, en cierto modo, agotador.
Pero en su crudeza está su grandeza: pocas películas han logrado traducir con tanta fuerza el sinsentido del poder absoluto y la aniquilación del individuo.
Más de cincuenta años después, sigue siendo una obra necesaria, un espejo oscuro donde se refleja la tentación totalitaria que, de una forma u otra, siempre acecha.
Mi puntuación: 8,66/10.

Ficha: En este enlace.


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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!

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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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