Muerte en Venecia – Morte a Venezia – 1971 – Luchino Visconti – Asociación Amigos del Cine de Azuqueca de Henares (ACAZ)

 

 

 

 

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Cutrecomentario de Ramón:

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La decadencia.

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Hace unos veinte años que vi por última vez esta película, en mi casa en la pantalla de la tele, entonces, no demasiado grande, y me pareció un pestiño.

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Esta vez en la pantalla grande del EJE la disfruto de una forma sorprendente. Las imágenes de Pasqualino De Santis y la música de Gustav Mahler me parecen fascinantes.

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El compositor Gustav von Aschenbach acude a Venecia para intentar olvidar, o al menos digerir, la muerte de su hijo y sus últimos fracasos como artista, pero ahí encuentra una sociedad decadente, una aristocracia constreñida por los buenos modales y las apariencias que, tal vez, no sobreviva a una Primera Guerra Mundial que acabó con el Imperio Austrohúngaro.

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También descubre en una ciudad gris, azotada por un persistente siroco, enferma de cólera. Una localidad agonizante y maloliente.

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Todo ello en su decadencia personal, enfermo de una cardiopatía, con cierta fobia social, conocedor de su pertenencia a la clase dominante. Envejecido y en declive, intenta, al final de la película, aparentar una juventud y una belleza perdidas, con una macabra máscara de maquillaje y tinte, que le da un aspecto bufonesco y patético.

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La única tabla de salvación es la belleza que encuentra en un adolescente. Un muchacho de rubios cabellos, de hermosos ojos que se está abriendo a la vida, lo opuesto a él, que se está cerrando en la muerte.

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Se ha hablado en la homosexualidad del personaje, que yo personalmente no veo por ninguna parte. Sí vislumbro pedofilia en esa atracción hacia el niño Tadzio. Seguro que no será capaz de transformarla en pederastia, pero esa atracción hacia el bello muchacho me impresiona de ello.

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Luchino Visconti compone una película triste, una tragedia sobre la decadencia de una clase social, de una ciudad y de un personaje. Su ritmo es deliberadamente pausado. El ocio se eleva al tedio en esta aristocracia que habita y parasita ese hotel, tan deprimente como la vida de esos huéspedes, que evitan el sol en la playa, el agua en el mar, y los sentimientos sinceros en la vida.

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Su cámara se mueve con suavidad, sus travellings se confunden con zooms y sus primeros planos se intercalan para dar detalles sentimentales al relato.

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Dirk Bogarde compone una interpretación, tal vez, muy teatral. Un personaje que teniendo pasiones y lacras vitales muy graves, debe esconderlas tras la circunspección que le pide su estatus social.

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Una escuálida Silvana Mangano, resulta casi irreconocible.

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Dentro de las pinceladas de la biografía de Gustav von Aschenbach, podemos contemplar la belleza de su esposa, a la que da vida Marisa Berenson.

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La pantalla grande ha obrado su milagro conmigo, consiguiendo que mis ojos contemplaran una obra de arte, lo que otrora me pereció un truño.

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Mi puntuación: 9,80/10.

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Información aportada por Rafa, presentador de Muerte en Venecia en la ACAZ:

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Comentario de Samuel:

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La belleza es un tema central en la obra de Thomas Mann, donde explora la tensión entre la apreciación de la belleza y el deseo que ésta puede generar. En su obra “La montaña mágica”, Mann afirma que la belleza es una fuerza irresistible que puede causarnos dolor, pero que es imposible no rendirse a ella.

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En la adaptación cinematográfica de “Muerte en Venecia” dirigida por Luchino Visconti, el mayor desafío fue el lenguaje simbólico y metafórico que Mann utiliza en la novela. A pesar de ello, Visconti logró crear una obra cinematográfica llena de alicientes para el espectador.

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“Muerte en Venecia” no es una película fácil de ver. Requiere que el espectador preste atención y esté completamente entregado a la experiencia cinematográfica. La película tiene un ritmo lento y reflexivo, que se ajusta perfectamente al sublime Adagio de la 5ª Sinfonía de Mahler, que es utilizado sabiamente por Visconti para crear una atmósfera emocional que nos conecta con los sentimientos del protagonista.

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El Adagio es una pieza conmovedora que logra crear una sensación de tristeza y nostalgia, que se ajusta perfectamente a la historia. Los momentos más destacados de la película son aquellos en los que el espectador puede olvidarse de la trama principal, la cual es expuesta y desarrollada de una manera un tanto torpe a mi parecer, y dejarse llevar por esa acumulación de estímulos que supone escuchar a Mahler, la composición visual y el tratamiento del color con el que el director de fotografía, De Santis, logra crear una atmósfera de decadencia.

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La obra de Mann. La película de Visconti:

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En 1971 Luchino Visconti adaptó una novela de tan sólo 122 páginas de Thomas Mann, una de las más extraordinarias obras de un director definitivamente excepcional.

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Según parece Visconti conseguía con Muerte en Venecia una de las mejores traslaciones de un libro a la pantalla grande y resumía en su poco más de dos horas de metraje los aspectos esenciales de la obra de Mann: una honda meditación sobre la belleza en su acepción platónica, la decadencia de la carne, el vacío de la existencia en la lucha entre el deseo y lo prohibido, y también una mirada al fin de esa aristocracia europea a la que el propio realizador pertenecía.
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Muerte en Venecia, además de representar la corrupción moral en un entorno dominado por el mal como una constante poética del director, también será el segundo eslabón de la denominada “Trilogía alemana” junto con La caída de los dioses (1969) y Ludwig (1973), así como otra de las obras sobre las que se señalará su “decadentismo”, definición que pareciera acompañar cualquier aproximación a su cine.
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He sido frecuentemente acusado de decadente. Tengo de la decadencia una opinión muy favorable, como la tenía también, por ejemplo, Thomas Mann. Estoy embebido de dicha decadencia. Mann es un decadente de la cultura germana, y yo de la cultura italiana. Lo que siempre me ha interesado es el examen de una sociedad enferma”, declaraba el realizador sobre su película.
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¿Cual sería la mirada del propio autor sobre su texto? La rescata Roman Karst en su libro Thomas Mann, historia de una disonancia:

“Es una historia acerca de la muerte en cuanto fuerza tentadora y antimoral, una historia sobre el deleite de la decadencia.
Pero el problema fundamental que yo tenía en mente era el de la dignidad del artista, siendo mi intención escribir, en cierto modo, la tragedia de la genialidad”, señalaba Mann.
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La decadencia expresa así la síntesis del relato, donde la fascinación por la belleza se hace presente. Junto a Muerte en Venecia, los otros dos libros que siempre acompañaban al director eran En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y Los monederos falsos, de André Gide.
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Existen profundas diferencias entre el texto y el film. La profesión de Gustav von Aschenbach que de escritor pasa a compositor, junto con varios elementos que la novela observa y el film omite, como el paseo de von Aschenbach por Munich; la llegada a una isla cercana a Istria, y aspectos fundamentales de su vida pasada.
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Por el contrario, el vínculo con Tadzio será respetado minuciosamente y serán agregadas diversas escenas que construyen un perfil de von Aschenbach muy diferente al que presenta la novela sustentándose en fotos familiares y en sus recuerdos.

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En busca de Tadzio:

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Así como Lucía Bosé fue descubrimiento y musa de Visconti, el hijo que la famosa estrella tuvo con el torero Luis Miguel Dominguín convertirá en padrino al conde italiano.
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Será una figura presente con su ahijado, al que acompañará en paseos por el parque y regalará libros, a excepción de una vez en la que le obsequió una cámara de fotos, tal como recordaba Miguel Bosé ya convertido en un ícono de la escena española.
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Pero la relación con el pequeño Miguel incluye la búsqueda de un rostro para Tadzio, porque Visconti encontró en aquél adolescente de 14 años al efebo perfecto para el ideal pagano de la belleza absoluta que necesitaba.
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Cuenta la leyenda que el torero se opuso rotundamente a que su hijo se viera envuelto en una historia con ribetes homosexuales.
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Dos años después Miguel Bosé entrará en el mundo de la música y pocos años más tarde el tema “Mi libertad” lo consagraba tanto en España como en América Latina.
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La negativa a su participación en Muerte en Venecia obliga a Visconti a un largo peregrinaje en busca del rostro ideal.
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Tamaña búsqueda se extiende por la antigua Europa del Este e incluye un documental del propio realizador Alla ricerca di Tadzio, cuyas imágenes devuelven su paseo por una nevada Budapest.
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Tadzio es descrito por Thomas Mann como un joven rubio y de ojos claros. Pero en Budapest Visconti encontró jóvenes de cabellos castaños y ojos oscuros”, relata la voz en off de su propio trabajo, suerte de backstage de esa búsqueda insaciable.
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A Tadzio lo encontrará en un frío febrero en Suecia, luego de seis o siete muchachos que se presentaron para una prueba.
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Pero Visconti quería estar seguro y el casting continuó con decenas de aspirantes.
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Que bello. Dile que se quite el pullover”, dirá Visconti a la intérprete cuando el joven Björn Johan Andrésen aparece en la sala.
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Sin embargo, el realizador de Rocco y sus hermanos continuará en Helsinki con la búsqueda aunque volverá sobre sus pasos para que Andrésen encarne el ideal de belleza apolínea.
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Con todo, Visconti visita Varsovia y las imágenes devuelven las impresiones de un nevado y reconstruido centro histórico y suma sus reflexiones sobre los cambios de la juventud polaca luego de la Segunda Guerra Mundial.
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El documental finaliza con una aciaga premoción: “… y allí estará también Tadzio. ¿Por qué seguir llamándolo Bjorn Andrésen? Se llama Tadzio ahora. Tadzio, y basta”.

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Bjorn Andrésen es Tadzio:

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El drama de la película superó los límites de la representación y se instaló como una llaga en su juvenil protagonista.
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Andrésen, contra lo que se cree, no tuvo gracias a Visconti su primer acercamiento al cine porque previamente había desempeñado un papel de reparto en la película Historia de amor sueco, de Roy Andersson, un relato sobre un romance de verano que le hizo ganar a su director varios premios en el Festival de Berlín y a la productora varias ventas internacionales dos años más tarde, cuando todos repararon que su elenco tenía al bello joven del cual todo el mundo hablaba. Pero hasta ese momento nadie se había detenido en su rostro como lo hizo Visconti en aquél febrero.

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El chico más hermoso del mundo”, lo definió en la rueda de prensa en el Festival de Cannes donde Andrésen comenzaba su lento descenso a los infiernos.
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Pero pasaría medio siglo hasta que se conociera qué había sucedido con “el chico de Muerte en Venecia”, tal como el público definió el impacto de un rostro que hizo olvidar un nombre.
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El documental The Most Beautiful Boy in the World de Kristinaa Lindström y Kristian Petri –estrenado en una edición streaming del Festival de Sundance- rescata el derrotero de un casi irreconocible Andrésen y además permite conocer detalles ocultos del vínculo del entonces quinceañero con el maestro del cine italiano.
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Me miraban con descaro, como si fuera un plato apetecible. No podía reaccionar, habría sido un suicidio social.
Fue el primero de muchos encuentros de este tipo. La gente no comprende el efecto que esto puede tener en un chico”, relata cuando rememora la fiesta gay que siguió a la presentación de la película en Cannes y de la cual sólo recordaba las paredes de terciopelo rojas.
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Siguió un contrato en Japón, donde tenía tantas apariciones que difícilmente podría descansar:
“Me dieron dos o tres pastillas rojas que estaban destinadas a hacerme sentir mejor”, dice Andrésen en el documental, sobre cómo conoció las drogas y luego probó sin suerte, ser reconocido en el mundo de la música.
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Su vida nunca fue como antes y el film lo muestra sobreviviendo en un sucio y diminuto departamento.

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El rodaje:

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Muerte en Venecia se rodó durante largos seis meses, entre las 9.30 y las 18, con un promedio de repetición de cinco tomas por cada escena (en algunos casos fueron incluso nueve), hasta conseguir el efecto deseado por el realizador.
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Si bien reparte escenas por la ciudad de Venecia su gran escenario es el Hotel des Bains, donde también transcurre la novela, y que –aprovechando que se encontraba cerrado porque era invierno- fue restaurado para recrearlo exactamente como hubiese sido en aquél 1911 que enmarca la acción, convirtiéndose en el principal set de filmación de una producción que Visconti desarrolló por su cuenta gracias a las ganancias obtenidas con La caída de los Dioses.

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Tuve la idea de hacer el film con música de Mahler porque supuse que eso era lo que Mann hubiese querido”, declaró el director.

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No sólo di a mi héroe, convertido en víctima de un desorden orgiástico, el nombre del gran músico, sino que también le puse en cierto modo la máscara de Mahler al describir su aspecto exterior”, confesaba mucho antes Thomas Mann a su amigo el pintor Wolfgang Born.
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La escena final de la película consigue esa amalgama indisoluble entre realizador y escritor de la mano del maravilloso “Adagietto” de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, que por otra parte acompaña el gran trabajo de Dick Bogarde desde el comienzo del film señalando el sino excelso y trágico de ese arribo a Venecia.

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El desenlace, una de las mejores escenas de toda la historia del cine, ocurre en la playa de Lido cuando Gustav von Aschenbach, enfermo y débil, llega a la arena y desde una reposera mira al impecable Tadzio jugando en la orilla para luego adentrarse en el mar.

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El deterioro del músico es tan visible como las gotas de sudor manchado que surcan su maquillado rostro en la búsqueda imposible de una juventud evaporada.

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Una muerte en la contemplación de la belleza en un mundo de las apariencias que también sucumbe y se corroe.

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Sensaciones que trascendieron la pantalla en un jovencito de tan sólo 15 años que, medio siglo después, con la piel ajada y los ojos tristes, recuerda y revela que la película se convirtió en el espejo de su propia existencia cuando la búsqueda de la belleza imposible concretó una perfección plástica en imágenes que significó la gloria del cine y el ocaso de una vida.

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La música de Gustav Mahler:

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Es imposible pensar en ‘Muerte en Venecia‘ sin recordar la música de Gustav Mahler.
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La película de Luchino Visconti es un claro ejemplo de cuánta importancia puede adquirir el sonido en la construcción de una historia, en la reflexión sobre sus significados o en su retrato del protagonista principal.

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Anatomía de una escena:
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La última escena de ‘Muerte en Venecia‘ tiene lugar en la playa del Lido, donde en otras escenas hemos visto cómo cobraban vida las pinturas de Joaquín Sorolla.

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Cuando la música de Mahler empieza a sonar, el protagonista empieza a tener una revelación. Su objeto de deseo, el pequeño Tadzio (un niño de rasgos andróginos y mirada inquietante), está en la orilla jugando, y en cierto momento camina de espaldas a la cámara hacia dentro del agua.
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La perspectiva está aquí indiscutiblemente dominada por Aschenbach, que le observa con angustia sentado en una hamaca en mitad de la arena.
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El sol está descendiendo, y convierte la visión de Tadzio (que ya de por sí tiene los rasgos de una escultura griega) en una obra de arte, donde el sol ciega ligeramente la vista.
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Es una imagen que simboliza el final, la entrada al paraíso o la caída definitiva al infierno, la última postal antes de dejar el mundo de los mortales.
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El arte tiene ese poder catártico, porque el arte es profundamente humano, hasta cuando no lo parece.

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Mientras el niño sigue adentrándose en el agua, el estado del protagonista va degenerando más y más.
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Durante el filme le hemos visto maquillándose la cara y tintándose el pelo para esconder la putrefacción causada por la enfermedad que le consume, que consume a toda la isla, sumida en la epidemia.
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Sin embargo, en su mundo, las apariencias lo son todo, y ahora esas mismas apariencias están desmoronándose.
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Esa gota de color negro que recorre la cara sudorosa del hombre resume de forma brillante el momento que está viviendo: la máscara que ha se ha puesto durante estas más de dos horas cae sin remedio, porque bajo el sol y frente a la belleza más pura no hay pretensiones que se mantengan en pie.

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Aunque en la novela de Mann era un novelista con un bloqueo creativo, aquí se trata de un compositor que ha perdido la inspiración.
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Tiene sentido que en un formato literario y en uno cinematográfico las profesiones cambien para sacar mejor partido del medio.

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Aquí el uso está claro: la música sigue sonando cada vez más fuerte e intensa mientras la vida de Aschenbach está llegando a su fin, y de alguna manera parece que esa melodía está sonando en su cabeza como la pieza final y magnífica que no supo escribir.
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Dada la perspectiva de la escena, no cuesta creer que la orquesta esté sonando en su cabeza, que por fin ha podido encontrar la belleza que andaba buscando.

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La escena avanza con la misma mecánica. La figura del muchacho a contraluz le confiere un aura sobrehumana, como si fuese un ángel de la muerte enviado desde el principio para guiar al personaje hacia la muerte. En cierto momento de la escena, éste se gira.
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No le vemos la cara, pues ya solo es una silueta negra para nosotros, pero sabemos que está mirando al hombre sentado en la playa. Y esa condición de ser de otro mundo que ha venido a llevárselo, como si fuese la muerte con su guadaña, se intensifica.
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Entonces hace un gesto curioso: pone el brazo derecho sobre su cintura, y levanta el izquierdo bien alto mientras apunta hacia el horizonte. ¿Le está marcando el camino hacia su final?

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Es un momento cautivador, al que la música sigue acompañando con intensidad.
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El personaje, al que la cámara se va acercando más y más para apreciar los detalles de su progresiva descomposición, reacciona a este gesto con dramatismo, apoyándose ligeramente en su silla y levantando el brazo como para intentar rozar inútilmente esa figura llegada del más allá.
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Así, con una última mirada a ese increíble plano general que engloba la playa, el mar, la figura de Tadzio y una cámara estratégicamente colocada a la derecha, Aschenbach exhala su último aliento y se deja caer sobre uno de los reposabrazos.
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Los pocos bañistas que le rodean no tardan en percatarse de su muerte, y se lo llevan de la playa en volandas. Es el final de la película.

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Muerte en Venecia‘, y este final que acaba resumiendo todos los grandes conceptos de la misma, encuentra una despedida inmejorable para su protagonista.
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La música (además de preciosa) es el vehículo de la catarsis del compositor a través del arte que conforma la parte más importante de su vida.

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El maquillaje que cae, toda una metáfora de la vejez, la pérdida de las máscaras sociales y las apariencias.
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El niño Tadzio, adentrándose en el agua completamente oscurecido por el contraste con el sol, la visión más bella de la Muerte que se ha visto jamás.
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Los elementos más claros de la escena ya la convierten en una maravilla, y de una coherencia absoluta (en forma y contenido) para lo que ha venido contándonos la película. Pero el momento da para muchas interpretaciones.

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Puede leerse como un ajuste de cuentas individual entre el personaje y su pasado (todo lo que hemos visto mediante flashbacks con su familia, el ataque de pánico durante un concierto, etc.), o también como una representación de un momento histórico muy particular.
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Es imposible no prestar atención a la profunda decadencia de las clases altas allí reunidas, intentando salvarse de una epidemia que tarde o temprano les acabará pillando.

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¿Es Aschenbach una profecía que predice la muerte de la vieja Europa, que se verá completamente transformada después de unas décadas de guerras, conflictos políticos y fascismo?
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Sin duda, el filme parece despedirse de una época caduca que, aunque desigual e injusta, estaba llena de una belleza clásica irresistible.

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Dirigido por Luchino Visconti:

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Ficha:

Duración: 02h 10 min
Género: Drama
Título original: Morte a Venezia
Año: 1971
Países: Francia, Italia
Dirección: Luchino Visconti
Intérpretes: Dirk Bogarde, Romolo Valli, Mark Burns, Nora Ricci, Marisa Berenson, Björn Andrésen, Carole André, Silvana Mangano
Argumento: Thomas Mann (Novela)
Guión: Luchino Visconti, Nicola Badalucco
Música: Gustav Mahler
Fotografía: Pasqualino De Santis
Distribuye en formato doméstico: Warner

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Muchos besos y muchas gracias.

¡Nos vemos en el cine!

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Chistes y críticas en holasoyramon.com

Crítico de Cine de El Heraldo del Henares

 
 
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3 Comentarios to “Muerte en Venecia – Morte a Venezia – 1971 – Luchino Visconti – Asociación Amigos del Cine de Azuqueca de Henares (ACAZ)”

  1. Rafael Márquez says:

    Jooozu
    Todo un decálogo..
    Joeeeer, como te lo has currado.
    Gracias maestro.

  2. Ramón says:

    El maestro eres tú.

    Muchas gracias.

  3. Muerte en Venecia.

    Las reflexiones profundas de la novela apenas se vislumbran en la película. El mensaje de Thomas Mann se pierde y tan solo vemos la obsesión de un hombre por un niño de inusitada belleza. Las ideas sobre la belleza pura no se hacen presentes en la cinta. ¿existe esa belleza pura alejada de lo sexual y del deseo? Tanto el libro como la película defienden la idea de que este amor es posible, pero la historia responde más a las frustraciones del propio Thomas Mann, el cual vivió una experiencia idéntica a la del personaje de su libro. Gustav, según escribe Mann, “experimenta un estremecimiento de placer” al ver a Tadzio, pero este placer tiene que permanecer “oculto”, tal y como hizo el escritor con sus inclinaciones homoeróticas.

    En el libro hay alusiones a esa belleza platónica, ideal, de la que habla Sócrates. Esa belleza física suponía para los griegos un camino hacia la belleza espiritual. La belleza física era ante todo masculina.

    En el libro se habla de cómo el encuentro de Gustav con Tadzio le produce una emoción que le motiva a escribir, a buscar la perfección a través de la palabra. La belleza como “camino” para un bien superior.

    Mann parece defender la propuesta de que existe un amor puro que se deleita en la contemplación. Un amor que nace en lo sensual, pero que nos eleva a lo espiritual. Nos remite a la idea platónica, en la que lo sexual, lo corporal supone una corrupción, y sin embargo, ¿dónde está el limite?

    También la enfermedad, la vejez, y el tiempo nos alejan de esa belleza adónica. Gustav solo puede aspirar a la contemplación de Tadzio y morir deleitándose en esa belleza narcisista que se recrea en la mirada del otro, que es el propio Gustav, el espejo donde el joven se contempla.

    Otro tema es la pasión, ese sentimiento del que se ve invadido Gustav y que le hace ir adentrándose en el abismo, renunciando a su propia salvación para buscar al joven, la aventura, la belleza… El músico, escritor en la novela, ha llevado una vida de disciplina y orden, pero ahora, en el final de sus días, se aboca en brazos de una sinrazón que le subyuga el alma hasta matarle.

    El escenario es una metáfora: una bella ciudad enferma y corrupta por el cólera, que sigue albergando a lo mejor de la sociedad aristocrática decadente -que fallecerá con el estallido de la Primera Guerra Mundial- y en la que, a pesar de la muerte, aún hay espacio para la pasión y el arte, pues lo ideal es terminar los días con elegancia aristocrática, con belleza…a pesar de que se corra el maquillaje.

    Y ahora la película de Visconti: si el libro me parece interesante y complejo, la película llega a ser tediosa, con planos eternos que se recrean en escenas parsimoniosas y en rostros en los que la cámara “se queda a vivir”, sin que nos digan nada. La supuesta belleza es más afectación y presuntuosidad. No me creo el personaje de Gustav, más aquejado de una úlcera que de un debate interno. El actor principal no me transmite nada, sino patetismo.

    Las elucubraciones intelectuales solo aparecen en boca de una personaje histriónico y chillón, presunto amigo de Gustav, que no dice gran cosa y lo que dice no se le entiende entre tanto griterío. A mi modo de ver le sobra metraje y le falta intensidad, pero quizás sea que no he sucumbido a su belleza.

    La novela de Thomas Mann me pareció muy atrevida, profunda, y digna de releerse detenidamente. Creo que en cierto modo supuso una tesis para justificar sus deseos más inconfesables, pero la trama de estos deseos y la agonía que provocan en el protagonista, no tienen un buen trasunto en la cinta de Visconti.

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