Sexto día en Zinemaldia, en el que no ha habido lugar para la pausa.
Entre salas, adrenalina y bocados fugaces. Crónica de un miércoles, 24 de Septiembre, que pidió un respiro y no lo encontró.
Firmado: Gema Santamaría, periodista y crítica de cine. Colaboradora de Nueva Alcarria.
En un miércoles implacable, el Festival de San Sebastián se deslizó entre proyecciones sin dar tregua. Desde primera hora, hasta bien entrada la noche, la rutina fue correr de sala en sala, absorber historias que golpean y reemprender el camino hacia el siguiente relato. Así fue este sexto día.
La jornada amaneció con Hijo Mayor, proyectada a las nueve en el K2 del Kursaal. El film de Cecilia Kang, explora la diáspora coreana hacia América (especialmente Argentina) a partir de los años sesenta, a través de la vida de Antonio. Lo que sobresale no es solo la amplitud temporal del relato, sino la intensidad poética de ciertos pasajes que recuerdan (me permito la comparación) los encuadres y el lirismo melancólico del cine de Wong Kar-wai: cuando Antonio, joven, ve sus planes derrumbarse, el ánimo narrativo se vuelve tangible, casi líquido. La migración, la ambición, la identidad se cruzan con un pulso emocional duro, que me atrapó incluso en esas primeras horas del día.
Sin tiempo para digerir, nos movimos al Cine Principal para ver Nüremberg, de James Vanderbilt. La película asume el formato de thriller judicial-biográfico, con Rami Malek como el psiquiatra militar Douglas Kelley encargado de evaluar a Hermann Göring, quien aquí es interpretado por Russell Crowe. También actúan Michael Shannon como fiscal y Richard E. Grant como otro de los juristas británicos. Su puesta en escena cuida el detalle: diálogos afectados, espacios fríos de tribunales, tensiones suspendidas entre moral y ambición. Se pregunta cómo un ser humano “normal” puede convertirse en ejecutor de lo inimaginable, bajo el manto de la impunidad. Se trata de una pieza vigorosa de personajes enfrentados con su propia sombra moral.
Por la tarde, ya con el cuerpo advertido del jet-lag cinéfilo, tocó La lucha, una película española dirigida por José Ángel Alayón. Su propuesta es física, casi coreográfica: el sudor, la arena, los primeros planos de músculos tensos hablan de un mundo cruel y simbólico alrededor de una joven y su padrastro luchador canario. La fuerza visual es indudable, pero el ritmo narrativo se me hizo denso: el cine no concede pausas cuando una las necesita. No me atrapó del todo.
El broche cinematográfico lo puso Maldita suerte (Ballad of a Small Player), de Edward Berger (director de Sin novedad en el frente y Cónclave), protagonizada por Colin Farrell dando vida a Lord Doyle y la actriz Fala Chen que interpreta a la bella Dao Ming.
Berger vuelve a demostrar su soltura entre lo dramático y lo estilizado, eligiendo Macao como abigarrado escenario.
La película se zambulle en el mundo del juego, las deudas y las trampas: Doyle es un tipo carismático y desesperado que apuesta para perder, trampea su identidad y vive al límite.
Su encuentro con el personaje de Chen abre una grieta, una luz posible en el caos. Visualmente, la estética recuerda (con licencia) al barroquismo de Wes Anderson, pero con una osadía más teatral y rugosa. La música acompaña como un pulso interno. Lo fantástico se mezcla con el thriller y ciertos tintes cómicos.
No puedo dejar de mencionar a mi venerada Tilda Swinton, tan camaleónica como nos tiene acostumbrados. Su presencia llena la pantalla y eleva el nivel de éste y cualquier relato.
Resulta inevitable pensar que Farrell, Crowe, Malek (actores de perfil alto) pueden quedar en la pomada de los próximos premios. Sus personajes hoy se sienten en plena combustión.
Y cuando cerraba la última función, el día no acabó en silencio: nos transportamos a la discoteca Bataplán, epicentro nocturno del festival y de la noche donostiarra. Allí fue la fiesta de la prensa, lugar de reencuentros, brindis y risas extenuadas. El catering fue impecable, la música ochentera afilada como un recuerdo pop, y por momentos se olvidó que aún quedaba energía porque el día había sido un asalto continuo.
“No hubo tiempo de meditar” podría ser la frase que encapsule esta jornada: apenas espacio para procesar entre proyecciones, solo instantes para respirar. Pero la intensidad de las historias vistas (la migración, el horror, la lucha física y la ruleta de la identidad) fue tan densa que cargó el día entero.
Nos vamos al sexto día con noches largas por delante, y con el hambre intacto por lo que resta del festival. Me despido hasta mañana, con el cine como brújula ineludible.
Gema Santamaría
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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!
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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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