
La ruta de la Plata se desliza bajo las ruedas con esa serenidad de los viajes que no tienen prisa. Entre lloviznas intermitentes y un cielo gris que se va abriendo paso, el sur nos recibe con su mejor sonrisa. Sevilla, espléndida y cálida, nos da la bienvenida a su 22ª edición del Festival de Cine Europeo, que del 7 al 15 de noviembre convierte la ciudad en un escaparate privilegiado del mejor cine del continente.
El hotel designado como sede oficial – el Hotel NH Plaza de Armas – sirve como escenario cotidiano para los encuentros del festival, las proyecciones informales y los “cafés con…” que han marcado su agenda.
En un pasillo del hotel, entre cafés, sonrisas de acreditados y una panorámica de butacas por venir, tuve la oportunidad de compartir unos minutos con Antonio Bigar, director del Festival de Málaga. Su figura, acostumbrada a escenarios y alfombras, adquirió una dimensión más insólita cuando descubrí que su formación académica parece tener raíces distintas al cine: según nos indicó de forma informal, durante la conversación, posee una formación en Ciencias, concretamente en Química, antes de dedicarse al audiovisual.
Bigar comentó que “la química –en sentido literal– me enseñó que los procesos requieren paciencia, mezcla adecuada de elementos y condiciones de contorno precisas. Y en el cine pasa algo parecido”. Esta analogía, a medio camino entre lo lúdico y lo profesional, nos invita a pensar que dirigir un festival no es tan distinto de supervisar un laboratorio: se seleccionan ‘reactivos’ (películas), se controlan las condiciones (programación, sedes, público) y se observa la reacción (impacto del cine en la audiencia).
Y cuando le pregunté sobre la colaboración entre festivales, respondió: “La química entre festivales es más importante de lo que muchos creen: intercambiar miradas, compartir apoyo, prestarse sedes o invitados… Es como una red de laboratorio que experimenta con el arte del cine”.
El primer alto en el camino es en los cines Odeon, en el centro comercial Plaza de Armas, donde empieza la aventura cinematográfica. La primera película del día, Un anno di scuola, de la directora italiana Laura Samani, nos traslada a Trieste, donde una adolescente sueca se enfrenta al laberinto emocional del acoso escolar. Samani, con su sensibilidad habitual, retrata la dureza de la adolescencia, la fragilidad de la amistad y, sobre todo, la persistencia de un machismo que sigue anclado en la sociedad italiana. La película conmueve sin caer en el dramatismo fácil y confirma a su directora como una de las voces más sólidas del nuevo cine europeo.
Al caer la tarde, el festival se viste de gala. El Cartuja Center CITE acoge una ceremonia inaugural luminosa, presentada por Alfonso Sánchez y Alberto López, los inseparables Compadres. En el escenario, se respira entusiasmo: 350 cineastas de toda Europa participan en esta edición que reivindica la diversidad y el compromiso del cine europeo con su tiempo.
El momento más emotivo llega con el Giraldillo de Honor concedido a Alberto Rodríguez, director de La isla mínima, Grupo 7 o Modelo 77, entre otras. Su discurso, sencillo y sincero, es un homenaje a Sevilla y a un modo de hacer cine arraigado en su tierra. Los aplausos, largos y cálidos, confirman el cariño del público hacia uno de los cineastas más queridos del panorama español.
Y cuando parecía que la noche no podía brillar más, Falete hizo suya la canción Ne me quitte pas, y el teatro entero se rindió a su voz, que llenó el auditorio de emoción pura. Un cierre de gala con acento andaluz y alma europea, que marcó el inicio de unos días dedicados al arte, la pasión y el diálogo cinematográfico.
Comienza el festival, y con él, esa magia que solo el cine sabe despertar: la de mirar al mundo con ojos nuevos, aunque el sol, en Sevilla, parezca el de siempre.
Gema Santamaría.

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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!

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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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