Cutrecomentario de Ramón:
¡Por Dios, qué alguien acabe con este sufrimiento!
Unos padres divorciados. Un hijo con autismo. Un abuelo con mal carácter. Un padre monologuista con bajo control de impulsos.
Estas son las cartas con las juega el actor y director Tony Goldwyn, que se reserva un secundario de personaje bueno y equilibrado.
Bobby Cannavale da vida a este padre que lucha porque su hijo viva en la normalidad.
El mayor problema de la película, y, por supuesto, no el único, es que este protagonista no me puede caer peor. Un individuo irascible, con muy mal genio, que no sabe tratar a su hijo y que en contra de las decisiones de expertos decide secuestrarlo no sé muy para qué.
Además es bebedor, fuma drogas con amiguetes, lleva a su hijo sin sujeciones en el coche y lo tiene despierto en clubes hasta altas horas de la noche. Todo lo que define a un mal padre.
Para colmo sus monólogos no tiene ni la más mínima de las gracias, más bien resultan patéticos. Esa parte que parece destinada a ser lo cómico del relato se queda en una cuestión más que penosa.
Cuando intenta ser sentimental fracasa igualmente, porque el drama de este padre nos es ajeno totalmente. De hecho yo estaba deseando que lo detuviera de una vez el FBI y le condenaran a cadena perpetua.
Durante el metraje me sentí francamente irritado.
Una película pésima que no se la recomiendo ni al peor de mis enemigos. No soy tan cruel.
Mi puntuación: Cero patatero/10.
Dirigido por Tony Goldwyn:
Ficha:
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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!
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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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