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La tía Nati, la abuela Gregoria y mi prima Conchi.
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Lamentablemente no conocí a mis abuelos, solo tengo las anécdotas que contaba mi padre sobre ellos.
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Lo que sí tengo diáfano es que eran dos fenómenos de la naturaleza. Dos personajes únicos.
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La abuela Gregoria tuvo 23 hijos. Os remito al magnífico post basado en la investigación de mis hermanas y primas sobre esta abundante prole:
23 hermanos – Por Pilar Bernadó
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Siempre se rumoreó en la familia que la abuela Gregoria era hija ilegítima del Doctor Cerrada, que en Zaragoza tiene una calle con su nombre, porque, entre otras cosas, fue alcalde de la ciudad.
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Mi bisabuela fue una amante oficial del personaje y fue mantenida por él.
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Esto no está confirmado, pero siempre se contó en los círculos familiares, como un secreto pecaminoso.
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El abuelo Jaime procedía de Lérida y aterrizó en Zaragoza siendo un niño.
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El abuelo Jaime era guarnicionero, trabajaba haciendo arneses y aparejos para caballos y mulas.
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Pero esa dedicación no debía de ser suficiente para mantener a una familia tan numerosa, por lo que por las noches se dedicaba a visitar los bares y tabernas de la cuidad cantando canciones y contando chistes. Una especia de monologuista de la época. Le llamaban El Quevedo por su ingenio y desparpajo
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Era un personaje muy popular y conocido en Zaragoza. De carácter simpático y afable. Al parecer, muy querido.
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Su actividad matrimonial no le impedía tener escarceos amorosos. Una de sus amantes fue La Tuerta, y suponéis el porqué de su apodo.
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Era un republicano declarado. Cuando se produjo la rebelión militar de 1936 estuvo en las listas negras franquistas.
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Mi padre me contaba que en dos ocasiones estuvo en la cola para ser fusilado. Pero siempre aparecía algún falangista u oficial amigo de las noches tabernarias zaragozanas.
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– ¿Pero qué haces aquí Jaime?
– Pues nada, esperando a que me fusilen.
– Anda ven vamos a tomarnos unos vinos.
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Y de esa manera se libraba del paredón.
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A la abuela Gregoria todos la recuerdan siempre embarazada, lo cual no le impedía ayudar a Jaime con el cuero para hacer los arneses.
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Según investigó mi hermana Pili, cambiaron frecuentemente de domicilio. Mantengo la teoría que se debía al impago de los alquileres. Vivían hasta que eran desahuciados y buscaban nuevo alojamiento.
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En muchas casos ocupaban varios pisos para meter a toda la familia.
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Cuando las hijas mayores se casaban, la nueva familia seguía viviendo con los abuelos y así el número de residentes aumentaba.
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En algún momento histórico se llegaban a reunir para las comidas cuarenta personas.
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Los mayores tenían que hacer recuento para impedir que algún vecinillo se colara en la mesa.
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La abuela Gregoria, y cuando tuvo edad la Tía Pilar, se encargaban de la cocina.
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Fue muy sonado el suceso que protagonizó la abuela Gregoria en la calle Alfonso. Ahí se encontró a La Tuerta. Gregoria le pegó una paliza y le quitó las bragas, todo ello en avanzado estado de gestación.
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La tía Concha, la abuela Gregoria y mi prima Conchi.
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La pobre Gregoria, años después, se cayó a un pozo estando de seis meses y sufrió una fractura vertebral por lo que se quedó “cheposa”, pero aún así tuvo a su hijo a término completamente sano.
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Mi madre, Clarita, contaba que cuando mi padre la llevó a su casa, ella le espetó:
– Así que tú eres la novia de Fernando, la que se quiere casar con mi hijo.
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Todo un carácter.
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Muchos besos y muchas gracias.
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Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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