Alexe Poukine (Bélgica, 1982) es una directora y guionista que se mueve entre la ficción y el documental con una mirada íntima y feminista.
Se dio a conocer con Petite fille (2016) y alcanzó gran reconocimiento con Sans frapper (2019), donde aborda el consentimiento sexual desde una perspectiva profundamente empática.
Su estilo combina cercanía emocional y precisión formal, sin melodrama ni artificio.
Es de esas cineastas que incomodan… pero para que abras los ojos.
Una trabajadora social con un marido guapete y un hijo muy salado se enamora de un mecánico de bicis…
Una película que sigue a Kika, a la que da vida una sobresaliente Manon Clavel. Ella es el epicentro del relato.
Lo más sorprendente del film es la cantidad de giros argumentales que nos ofrece.
Te va sorprendiendo por la cantidad de sucesos trascendentes que se acumulan, usando sabiamente la elipsis.
En su parte final se centra en el mundo de las relaciones sado maso, con una mirada asombrada, inexperta y compresiva.
Una película muy interesante y, hasta cierto punto, educativa.
Pietro Marcello (Caserta, Italia, 1976) es un director y guionista que ha sabido mezclar documental y ficción con una sensibilidad poética única.
Alcanzó fama internacional con Martin Eden (2019), adaptación del clásico de Jack London, tras obras tan admiradas como La bocca del lupo (2009) y Bella e perduta (2015).
También dirigió Scarlet (2022), confirmando su gusto por los relatos humanistas y las texturas visuales casi pictóricas.
Su cine parece rodado con nostalgia y celuloide viejo… pero con el corazón bien vivo.
Aunque el director lo niegue nos presenta un biopic de los últimos años de la legendaria diva italiana del teatro Eleonora Duse, que vivió entre 1858 y 1924.
Está interpretada por otra diva, Valeria Bruni Tedeschi, que ocupa la mayor parte de los fotogramas que componen el film.
El director se obstina en presentarnos primeros planos de la protagonista, que realiza un interpretación desmesurada, estridente y chillona.
La película no solo me aburrió, por su falta de interés y en su reiteración en los planos de detalle, sino que me llegó a irritar profundamente, por esos gritos y esa falta de comedimiento interpretativo.
Un fiasco total.
Curiosa y paradógicamente, el momento en que sale en pantalla el Duce está bien.
Ni siquiera la presencia de siempre atractiva Noémie Merlant puede salvar este bodrio.
Mascha Schilinski (Alemania, 1985) es una directora y guionista alemana que destaca por su enfoque íntimo y emocional de las relaciones humanas.
Se dio a conocer con Dark Blue Girl (2018), presentada en la Berlinale, donde exploraba la fragilidad de la familia desde una mirada infantil.
En 2024 volvió a la competición con Ivo, un drama delicado sobre el duelo y la conexión entre generaciones.
Su estilo combina sensibilidad visual, silencio y una ternura áspera que deja huella.
Depende del contexto, pero literalmente “Sound of Falling” significa “sonido de la caída” o “sonido de algo que cae”.
Puede referirse a una persona, una hoja, la lluvia… o metafóricamente, al acto de venirse abajo (emocionalmente, por ejemplo).
Vamos, suena poético… pero también un poco deprimente, según cómo lo mires.
La película Sound of Falling(2025) de Mascha Schilinski tiene una ambición admirable: cruzar cuatro generaciones de mujeres en la misma granja alemana y explorar traumas que se transmiten como fantasmas.
Pero aquí va lo que no me convenció: la narración es tan fluida que a ratos resulta confusa. Todo el tiempo saltamos de época, de personaje, sin muchas señales claras para el espectador, lo que genera desconcierto más que misterio.
Y sí: siendo crítico, debo decirlo — me costó engancharme. En muchos momentos el ritmo decae, la historia parece detenerse para admirar el paisaje, los silencios y la atmósfera más que para avanzar; eso puede volverse aburrido si esperas un relato clásico con clímax, nudo y desenlace.
Ahora bien: lo que sí salva el tiro son las propuestas visuales. La granja, la luz fría del norte de Alemania, los encuadres que parecen fotos antiguas vivas… hay una puesta en escena hipnótica que me mantuvo mirando aunque a veces quisiera salir corriendo por un café.
Y el tono poético de la película es innegable: los silencios, los sonidos de la naturaleza, los cuerpos, las miradas, todo funciona más como poema cinematográfico que como drama convencional.
En resumen: es una película que puede gustar a los que aman el cine contemplativo y simbólico, pero para quienes preferimos claridad, movimiento narrativo y algo de chispa… digamos que se queda a medias.
Carlos Saiz es un director español relativamente poco conocido aún, pero con una filmografía en crecimiento que merece atención.
Según su ficha en IMDb aparece como director del largometraje Lionel (2025) y de cortometrajes anteriores como The Bonfire (2020) y Muerte Murciélago (2021).
Su estilo apunta hacia el cine de género independiente, con toques oscuros, humor subterráneo y una estética que parece disfrutar de lo marginal más que de lo convencional.
Aunque la información disponible es escasa, lo que destaca es su apuesta por proyectos personales y un camino creativo que empieza a despegar.
Estaré atento para ver cómo evoluciona —porque parece que va en serio—.
Los protagonistas de esta película son los componentes de la familia Corral.
Su existencia viene marcada por la personalidad arrolladora de un padre, Lionel, que no se queda callado nunca, no para de decir estupideces, va montando broncas gratuitas… Un individuo con el que no puedo empatizar y desprecio profundamente.
Sus hijos se muestran molestos por su comportamiento, pero, al mismo, tiempo sienten una atracción incontenible hacia él.
Un cine que se mueve entre el documental y la ficción, con una cámara que tambalea buscando primeros planos.
Los actores seguían unas mínimas indicaciones del director y actuaban como eran realmente. El propio director afirma que cuanto menos intervenía eran mejor el resultado.
Un cine que enlazo con ciertas producciones de Isaki Lacuesta, que no me atrae nada.
No me gusta la manera de rodar, no me gustan los personajes, la historia me parece vacía.
Lo siento, pero a pesar de mi conocida generosidad, tengo que suspender esta película.
Harry Lighton es un director y guionista británico conocido por su mirada social y su estilo sobrio.
Saltó a la fama con el cortometraje Wren Boys (2017), nominado a los BAFTA, donde abordaba la masculinidad y la religión con ironía y ternura.
También dirigió Leash (2018) y ha trabajado en publicidad y televisión.
Su cine combina realismo británico con sensibilidad queer y una gran empatía por los personajes que viven entre la culpa y la esperanza.
“Pillion” es el asiento de atrás de una moto, donde va el acompañante.
Entre un motero y un multero (de los que van repartiendo papelitos en los parabrisas) se estable una relación de amo esclavo.
Al atractivo motero le da vida Alexander Skarsgård y al dependiente el primo de Harry Potter Harry Melling.
En Maspalomas vi escenas de sexo homo que no había imaginado. En este film me ocurre algo parecido. Me parece perfecto que la sexualidad queer se normalice en nuestras pantallas.
La película tiene un tono de comedia suave, que no provoca carcajadas, pero sí sonrisas.
Una película que te produce cierta incomodidad, porque, aún siendo una relación consentida, percibes que no es demasiado sana.
Romane Bohringer (Pont-Sainte-Maxence, Francia, 1973) es actriz, directora y guionista, hija del también actor Richard Bohringer.
Se dio a conocer con El amante (1992) y ganó el César a actriz revelación por Los amantes del Pont-Neuf (1991) de Leos Carax.
Como directora debutó con L’Amour flou (2018), codirigida junto a Philippe Rebbot, una comedia autobiográfica sobre su separación convertida en convivencia posamorosa.
Su cine y su carrera destilan autenticidad, humor y una deliciosa falta de pudor muy francesa.
Una directora de cine, a la que da vida la misma Romane Bohringer, en un juego de mezclar realidad y ficción interesante y desconcertante, quiere adaptar una novela exitosa.
En esa publicación se habla de la desastrosa madre que padeció la escritora. Drogas, abandono, malos rollos marcaron su infancia.
La directora encuentra muchos puntos en común con su niñez, por ello se siente tan atraída por ese relato.
La confección del guion y del casting, junto con los recuerdos de infancia, son el núcleo de esta extraña película.
Es curioso, e irracional, que se haga un homenaje a una madre tan tóxica y nefasta.
Una película interesante en su formato, donde realidad y ficción se funden y se confunden.
Sergei Loznitsa (Baránovichi, Bielorrusia, 1964) es un director ucraniano conocido por su rigor formal y su mirada crítica sobre la historia y la memoria colectiva.
Alterna documental y ficción en obras como My Joy (2010), En la niebla (2012) o los documentales Maidan (2014) y Babi Yar. Context (2021).
Su estilo es sobrio, paciente y profundamente analítico, una especie de arqueología visual de la violencia y el poder.
Loznitsa filma la realidad sin anestesia… y sin pedirte permiso para incomodarte.
Nos sitúa magníficamente en la Unión Soviética de 1937 donde la policía del régimen detiene, tortura y encarcela sin control.
Un tierno fiscal recién salido de la universidad pretende desmontar el chiringuito.
Todos, incluido el público, sabemos cómo va acabar este pipliolo.
Hay regímenes que solo caen con la muerte del dictador. De eso en España sabemos mucho.
Una tremenda película tan ilustrativa como interesante, que atrapa a los espectadores inteligentes.
Shih-Ching Tsou es una directora, guionista y productora taiwanesa afincada en Estados Unidos.
Debutó codirigiendo con Sean Baker la película Take Out (2004), un retrato realista de un inmigrante chino en Nueva York.
Más tarde colaboró también en Starlet (2012) y Tangerine (2015), consolidando su sello de cine social y humano.
Su mirada combina sensibilidad documental y empatía hacia los marginados, con un estilo sencillo pero lleno de verdad.
Sean Baker escribe como quien escucha conversaciones en la calle y las convierte en cine sin maquillaje.
Sus guiones de Tangerine, The Florida Project y Red Rocket y Anora huelen a vidas reales: moteles baratos, curros precarios y sueños que se desinflan.
No juzga a sus personajes, los acompaña con cariño y mala leche justa.
Y eso, amigo, no se aprende en talleres de guion, se aprende viviendo.
De la mano de la mano de esta directora y de este guionista nos llega esta película taiwanesa que nos habla de los secretos de la familia, de la precariedad y de la infancia desvalida.
De cómo la incultura y la superstición pueden marcar la vida de esta niñita zurda que deambula por el mercado nocturno de Taipéi.
El drama y la comedia se entremezclan consiguiendo que los espectadores disfrutemos con una película que puede ser muy comercial a pesar de su nacionalidad.
Shih-Ching Tsou maneja la cámara (del móvil?) con soltura, entre los callejones rebosantes de lucecitas y elementos coloridos, recogiendo los quehaceres de esta chica, que a todo el mundo cae bien.
Rafael Cobos (Sevilla, 1973) es guionista y director, conocido por su estrecha colaboración con Alberto Rodríguez, con quien ha firmado joyas del cine español como La isla mínima (2014), El hombre de las mil caras (2016) o la serie La peste (2018).
Ganador de varios Premios Goya, debutó como director con Siete jereles (2024), una obra personal sobre la memoria y la identidad andaluza.
Su estilo combina realismo, lirismo y un oído privilegiado para el habla del sur.
Escribe con alma, filma con verdad… y siempre con acento.
Aquí nos presenta en la Seminci un thriller que combina memoria histórica y cine quinqui.
Al frente del reparto, dando vida a estos hermanos, Jesús Carroza y Luis Tosar.
Después de ver como su padre huía antes de ser asesinado, los dos hermanos se separan y llevan vidas muy distanciadas.
Cuando uno sale de la cárcel solo tiene el objetivo de enterrar dignamente a su padre. El otro ir a disfrutar de su jubilación en las costas de Portugal.
La película nos habla de restaurar la dignidad de los desaparecidos y es también una película de atracos.
Además de muy entretenida, salpicada de elementos de humor, hay que destacar la mirada de Jesús Carroza que es capaz de trasmitir una inmensa humanidad y el descubrimiento de Teresa Garzón, con una presencia ante la cámara impresionante.
Tenemos candidatos a los Goya. Actor protagonista y actriz revelación.
Kelly Reichardt (Miami, 1964) es una directora, guionista y montadora estadounidense considerada una de las voces más personales del cine indie norteamericano.
Su filmografía incluye títulos de culto como Old Joy (2006), Wendy and Lucy (2008), Certain Women (2016) y First Cow (2019).
Su cine es minimalista, contemplativo y profundamente humano, centrado en personajes que viven al margen del sueño americano.
Reichardt filma el silencio, el cansancio y la dignidad… y lo hace con una calma que desarma.
The Mastermind significa algo así como “el cerebro” o “la mente pensante” detrás de un plan, normalmente un plan muy elaborado.
A este personaje, que da título a la película le da vida, el actor Josh O’Connor.
Josh O’Connor se dio a conocer como el príncipe Carlos en The Crown y pegó fuerte en la película Tierra de Dios.
Últimamente ha brillado en Challengers, con esa cara de “tímido pero intenso” que ya es marca de la casa.
Aquí hace del típico listillo que resulta que es tonto. No hace falta esforzarse para poner cara de tonto, la tiene de fábrica.
La película tiene algún momento de comedia, tal vez, involuntaria.
Se centra sobre el este atrófico cerebro de un atraco y el retrato de su caída personal y social.
Es la caricatura del vago, que es capaz de hacer cualquier cosa antes que trabajar.
Un personaje patético, que no me inspira ni ternura ni empatía, al que deseo lo peor.
No hay nada más triste que ser gilipollas y no saberlo.
El film no resulta demasiado interesante, porque el personaje no lo es.
No es el fracaso del sueño americano. Es sencillamente el fracaso del tonto americano.
Shu Qi (Taipéi, 1976) es una de las actrices más reconocidas del cine asiático, con una carrera que abarca desde el erotismo artístico hasta el cine de autor y el blockbuster internacional.
Ha brillado en títulos como Millennium Mambo (2001), The Transporter (2002) o The Assassin (2015), de Hou Hsiao-Hsien, con quien ha formado una de las duplas más admiradas del cine contemporáneo.
En 2025 debuta como directora con Girl, presentada en la Seminci, un drama intimista ambientado en la Taiwán de los 80.
Shu Qi confirma así que, además de magnética actriz, también tiene algo que decir detrás de la cámara.
Nos ofrece un drama de mucho peso.
Una tragedia que viene cargada de maridos borrachos, vagos y violentos, una combinación letal y frecuente; pasados ocultos; vidas difíciles; niñas maltratadas; pobreza y miseria.
Vamos, que te dan ganas de salir corriendo.
En esto de los dramas, como en todo, hay que encontrar el punto para que el espectador lo pase mal, pero no puedes echar mano de los tópicos ya conocidos, aunque sean muy reales, porque terminan sonando a cliché y no consiguen sus propósitos.
Tal vez, es mejor ser más sutil.
El film da la sensación de folletín impostado. Fracasa al no obtener el objetivo de emocionar a un público que solo se aburre ante las desgracias que padece esta pobre cría.
Bi Gan (Kaili, China, 1989) es un director y poeta chino conocido por su estilo hipnótico y visualmente deslumbrante.
Debutó con Kaili Blues (2015), que ya mostraba su gusto por los planos secuencia y la mezcla entre sueño y realidad.
Alcanzó fama internacional con Largo viaje hacia la noche (2018), célebre por su impresionante plano de una hora en 3D.
Su cine es pura ensoñación: poesía, memoria y laberintos emocionales rodados con la precisión de un reloj… que se ha quedado sin tiempo.
Pues nada. Que Bi Gan ha vuelto a hacer una de Bi Gan. Es decir: sombría, enigmática y con más virguerías visuales que un concurso de drones artísticos en Año Nuevo.
La película, Resurrection, se mueve por paisajes medio derruidos, nieblas que no se disipan y personajes que hablan poco y miran mucho, como si todos supieran algo que tú no.
Y sí, así te quedas: con cara de “¿he entendido algo… o me están tomando el pelo poético?”.
No es que la peli sea mala, ojo, es que exige una paciencia mística que algunos días no se tiene.
La historia va saltando entre sueños, recuerdos, identidades borrosas y simbolismos de manual abstracto.
Shu Qi está magnética, eso sí, con ese aire de “sé algo triste que no pienso contarte”.
Bi Gan demuestra otra vez que la cámara puede flotar, girar, deslizarse y probablemente hasta hacer yoga, pero al final uno echa de menos un poquito más de alma directa y menos “mira qué bonito el plano largo y el color púrpura existencial”.
No digo que no tenga momentos poderosos: los tiene. Pero es una de esas pelis que ves y piensas: —Esto es arte, sí. —Pero también es un laberinto en penumbra.
Si te apetece pasear por la mente de alguien que sueña en 4K y habla en metáforas, adelante.
Si buscas algo que te abrace y te cuente una historia clara… pues igual hoy no.
Bonita, misteriosa y un pelín agotadora.
Pero oye, Bi Gan sigue a lo suyo, sin pedir permiso ni perdón. Eso también tiene su punto.
Ido Fluk es un director y guionista israelí nacido en Haifa en 1980.
Debutó con Never Too Late (2011), una cinta independiente rodada en Israel, y se dio a conocer internacionalmente con The Ticket (2016), protagonizada por Dan Stevens, sobre un hombre ciego que recupera la vista.
Su cine explora la identidad, la fe y la fragilidad humana con un tono intimista y visualmente cuidado.
Es de esos directores que prefieren mirar dentro antes que disparar fuegos artificiales.
Pues nada, pongámonos la corbata —o mejor dicho, los tirantes de jazz— y entremos en el mundo de Köln 75, la nueva peli de Ido Fluk que mezcla jazz, punk, riesgo y juventud (sí, es tan raro como suena) para narrar la historia de cómo se organizó ese mítico concierto de Keith Jarrett en Colonia en 1975. Y vaya si vale la pena.
En el centro tenemos a la incombustible Mala Emde como Vera Brandes, una chiquilla de 18 años que, contra todo pronóstico, organiza un concierto de jazz que casi nadie esperaba. Su energía, su rebeldía, su pasión por la música —y esa sensación de “sí, soy pequeña, pero voy a liarla parda”— son de lo más contagioso.
La ambientación ochentera-setentera: las calles de Colonia, el ambiente de club, los anuncios, los pósteres, el jazz que vibra por cada rincón.
El film se permite respirar música y contar la historia sin que uno lo note demasiado: “esto va de jazz, pero también va de creer en lo imposible”.
Y lo mejor: ese espíritu de “hago una fiesta en la que no creía nadie y, mira tú por dónde, la historia se hace”.
Eso le pone chispa al relato. Fluk lo describe como “una historia punk rock con jazz” (sí, lo di-ijo).
Se podría pulir el tramo que se centra en el propio Jarrett (interpretado por John Magaro) y sus “problemas de genio” se siente un poco más convencional, menos vibrante que la historia de Vera. Cuando la película baja un poco el ritmo lo notamos.
Si no te va el jazz o no conoces la anécdota que hay detrás, puede que al principio pienses “¿y este rollo de piano rotos y conciertos raros…?”. Pero tranquilo: la peli te engancha.
Merece la pena porque es uno de esos filmes que te hacen pasar un buen rato y aprender algo sin que te lo den en sopa.
Ver esta peli es como si te recetaran “una dosis de pasión artística”, “una pizca de historia cultural” y “una buena banda sonora” (sin efectos secundarios).
Además, es ideal para los que pensamos que detrás de cada gran músico, hay una persona que dijo “sí, vamos a jugar a ver qué pasa”.
Una obra simpática, dinámica y con corazón.
Cumple, vibra y te deja con ganas de escuchar el disco de Jarrett (y de organizar un concierto propio… aunque sea en el salón de tu casa).
Si tuviera que ponerle “pero”: que no baja gente la guardia del todo —pero qué más da cuando lo que sube es la sonrisa del espectador.
En resumen: Si estás dispuesto a dejarte llevar por una historia que combina música, juventud, empeño y “riesgo calculado”, Köln 75 es tu entrada ideal.
Y recuerda: “cuando el piano está medio roto, el arte empieza a hacer gimnasia”.
¡Espero que te guste (y ojalá te inspire a escribir tu propio episodio de “voy a cambiar el mundo”… al menos en versión médica-cinéfila)!
Manuel Gómez Pereira (Madrid, 1958) es un director y guionista español conocido por su habilidad para la comedia coral y los enredos sentimentales.
Alcanzó el éxito con Boca a boca (1995), ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? (1993) y El amor perjudica seriamente la salud (1996), tres iconos del cine español de los 90.
Ha trabajado con actores como Javier Bardem, Ana Belén o Verónica Forqué, siempre con diálogos rápidos y mucho humor.
En los últimos años ha abordado temas más serios, como en Reinas (2005) o La ignorancia de la sangre (2014).
Es un cronista del amor español… con risas, enredos y algo de neuroticismo castizo.
Ahora nos ofrece una comedia trágica.
Una cena para el Generalísimo y sus generales en el mejor hotel de un Madrid recién “liberado”, que hay que organizar de la mañana a la noche.
El relato de 10 horas, donde se describe minuciosamente la realidad española del momento.
El drama de esos días (y de muchos más) es retratado con sentido del humor, la única manera de hacerlo digerible para el espectador.
En un reparto muy coral destacan por sus brillantes interpretaciones Asier Etxeandia y Alberto San Juan. Los dos dominan la escena en papeles muy diferentes.
Mario Casas intenta ejercer de pareja cómica de San Juan, sus escasas capacidades interpretativas aún empequeñecen más ante la brillantez de un Alberto extraordinario.
Mario, lo siento, pero eres un paquete.
Estupenda la casi debutante Nora Hernández.
Una grandísima comedia que espero que tenga gran éxito en taquilla.
Como diría la fachosfera: “otra película más sobre la Guerra Civil”.
Joachim Rønning (nacido en Sandefjord, Noruega, en 1972) es un director y guionista especializado en cine de aventuras y fantasía.
Junto a Espen Sandberg, codirigió Kon-Tiki (2012), nominada al Óscar, y después dio el salto a Hollywood con Piratas del Caribe: La venganza de Salazar (2017).
También dirigió Maléfica: Maestra del mal (2019) y ha estrenado Tron: Ares para Disney.
Su cine combina épica visual y ritmo de blockbuster, con un toque nórdico de precisión y frío calculado.
La saga Tron es una rareza luminosa dentro de la historia del cine de ciencia ficción.
Comenzó en 1982 con Tron, dirigida por Steven Lisberger, una película que se adelantó décadas a su tiempo al mezclar acción real con animación por ordenador.
Jeff Bridges daba vida a un programador atrapado dentro de un videojuego, un concepto que hoy suena a rutina digital pero entonces era pura locura futurista.
En 2010 llegó Tron: Legacy, dirigida por Joseph Kosinski, con un despliegue visual impresionante, banda sonora de Daft Punk y una estética que convirtió las motos de luz en iconos de culto.
Ahora, con Tron: Ares en camino bajo la dirección de Joachim Rønning, la saga promete regresar a la pantalla con nuevos brillos de neón y dilemas existenciales sobre la inteligencia artificial.
En resumen: Tron empezó como una apuesta arriesgada y acabó siendo la biblia estética de los hackers con estilo.
Esta entrega parece hecha a piñón fijo, con un argumento rutinario, de manual.
Sin grandes novedades en cuanto al argumento, aporta el atractivo estético propio de la marca y un barniz de nostalgia.
Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1953) es el tipo que convirtió el aburrimiento en arte y la pausa en estilo.
Desde los años 80, este director, guionista, músico y figura esencial del cine independiente estadounidense ha demostrado que se puede hacer cine sin gritar, sin efectos y sin prisa.
Su lema parece claro: menos explosiones, más alma.
Su debut, Permanent Vacation (1980), ya marcaba el camino: personajes errantes, diálogos secos y una atmósfera que huele a vinilo viejo.
Luego llegaron títulos míticos como Stranger Than Paradise (1984), Down by Law (1986), Mystery Train (1989) o Dead Man (1995), donde un Johnny Depp espectral cruzaba un western existencial en blanco y negro.
Jarmusch se mueve entre el cine de carretera, el absurdo y la poesía urbana, siempre con un toque de humor lacónico.
En los 2000 firmó joyas como Ghost Dog: El camino del samurái, Coffee and Cigarettes, Broken Flowers y más tarde Paterson (2016), quizás su película más luminosa: un poema cotidiano sobre la rutina y la belleza mínima.
También ha jugueteado con los vampiros en Sólo los amantes sobreviven (2013) y con los zombis en Los muertos no mueren (2019), demostrando que hasta los géneros más trillados pueden tener ritmo de blues si los dirige él.
De melena blanca inconfundible y aire de músico beatnik, Jarmusch representa la resistencia contra el ruido del cine comercial.
Filma como quien toca una guitarra vieja: con calma, con estilo y sin miedo al silencio.
Porque en el universo Jarmusch, lo importante no es llegar… es cómo miras mientras caminas.
La Seminci nos ofrece esta película que se alzó con el gran premio en el Festival de Venecia.
Son tres relatos sobre las relaciones familiares. El Padre” está ambientada en EE. UU., “La Madre” en Dublín, y “La Hermana Hermano” en París.
Padres y madres distantes o ausentes.
Jarmusch centra sus relatos en las miradas de los hijos.
Situaciones incómodas, con relaciones obligadas por el parentesco, más que por la sinceridad.
Con esas notas de humor seco y, a veces, incómodo tan propio del director.
Ritmo pausado, que nos obliga a usar de la virtud de la paciencia para seguir la trama con algo de interés.
Buen cine, que se consume a pequeños sorbos y que no llega a embriagar.
Me gustan esos elementos comunes que hay en cada relato: Villanadie, el agua, el tío Bob, los brindis…
Un reparto de gran lujo: Tom Waits, Adam Driver, Mayim Bialik, Charlotte Rampling, Cate Blanchett, Vicky Krieps, Sarah Greene, Indya Moore, Luka Sabbat.
Destaco a la maravillosa con el pelo rosa Vicky Krieps.
Isabel Coixet (Barcelona, 1960) es una de las cineastas más internacionales del cine español.
Escritora antes que directora, empezó en la publicidad antes de dar el salto al cine con Demasiado viejo para morir joven (1989).
Desde entonces, ha construido una filmografía coherente, íntima y muy personal, donde las palabras pesan menos que las miradas.
Su consagración llegó con Mi vida sin mí (2003) y La vida secreta de las palabras (2005), dos dramas mínimos y hondos que demostraron su talento para hablar del dolor y la ternura sin caer en el sentimentalismo.
Luego llegaron títulos como Elegy (2008), Nadie quiere la noche (2015), La librería (2017, ganadora del Goya a Mejor Película y Dirección) y Un amor (2023), que la consolidó como maestra de la emoción contenida.
Coixet filma como quien escucha: con respeto, con pudor y con una enorme fe en la fragilidad humana.
Su estilo combina atmósferas envolventes, personajes femeninos fuertes y una melancolía elegante que ha hecho escuela.
Además, ha sido una de las voces más activas en la defensa del cine hecho por mujeres, sin necesidad de levantar pancartas: le basta con su cámara.
En un panorama dominado por el ruido, Isabel Coixet sigue fiel a su susurro.
En sus películas no pasa mucho, pero lo que pasa… te cambia un poco por dentro.
La italiana Alba Rohrwacher es el eje de esta película, dando vida a Marta una profesora de educación física.
Tras ser abandonada por su novio descubre que tiene una enfermedad terminal.
Coixet nos cuenta como Marta afronta su enfermedad. Es un relato sentimental, obviando los síntomas de la enfermedad, en consecuencia, es una historia edulcorada, donde la paciente no tiene los efectos adversos del tratamiento, ni sufre un deterioro físico aparente.
Aún así padecemos y disfrutamos su cotidiana existencia, entre clases, pedaladas y relaciones personales.
Hikari (nombre artístico de Mitsuyo Miyazaki, Japón, 1984) es una directora y guionista japonesa que combina sensibilidad oriental y narrativa universal.
Se dio a conocer con 37 Seconds (2019), premiada en Berlín por su retrato valiente de una joven con parálisis cerebral que busca independencia y libertad sexual.
También ha dirigido episodios de series internacionales como Tokyo Vice y The Morning Show.
Su cine aborda la identidad, el cuerpo y la autoaceptación con delicadeza y fuerza a partes iguales.
Es de esas autoras que te acarician el alma… y te dan un empujón cuando hace falta.
Esta película gira en torno al personaje que da vida Brendan Fraser, un canadiense afincado en Tokio, que intenta sobrevivir como actor.
Una empresa le propone que haga papeles de personajes reales por encargo. Difícil de explicar en un texto, pero que funciona muy bien contado por esta directora.
La película se mueve dentro de la comedia, aunque con algunos elementos dramáticos.
Fraser intenta ayudar a los clientes de Rental Family, pero surgen escrúpulos morales al preguntarse cómo la mentira puede beneficiar a las personas.
La película funciona muy bien, resulta emotiva y, en ocasiones, lacrimógena.
El arco de los personajes está muy bien construido, con un tono buenista y simpático.
Un film que gustará al público y, en este caso, también a un servidor.
La gran fiesta de sorpresas (?) en el Palmarés de SITGES – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya
El festival fantástico de Sitges acaba de cerrar su 58.ª edición y, amigos, no ha sido un paseo por el parque del horror al uso, sino más bien un desfile de giros, apuestas arriesgadas y triunfos que revuelven clásicos con mucho aguijón.
Según la nota oficial, estos han sido los grandes nombres…
La vencedora inesperada: La hermanastra fea
La película dirigida por Emilie Blichfeldt se lleva el Premio a la Mejor Película de la Sección Oficial. Esto confirma que la mezcla de comedia negra y revisión folclórica femenina no solo funciona… arrasó.
Esta propuesta parte de una relectura del cuento de la Cenicienta, poniendo la mirada en la hermanastra “fea” y mezclando cuento, horror corporal y sátira visual.
Una película que desafía el canon de la belleza desde dentro: la protagonista explora los extremos del cuerpo, la cirugía, la estética y la competencia absurda por “ser bonita”. Que lo digan los que nunca soportaron la presión de “ponte guapa”.
Un festín para analizar cuerpos, estética, patologías autoimpuestas y la violencia del ideal de belleza.
Si la ves, no esperes una comedia ligera del tipo “hermanastra mala se convierte en princesa”.
Esto es más bien hermanastra fea se despoja de inocencia y se convierte en pesadilla estética. Y sí, es truculenta.
El triple golpe: Obsession
Esta película de Curry Barker —sí, el tipo que viene del canal de comedia de YouTube— ha sido la que más premios acumuló: Premio Especial del Jurado, Premio del Público y Premio del Jurado Carnet Jove.
¿Por qué importa Obsession? Porque mezcla romance obsesivo + horror + juguete maldito (sí, ese que no debió existir) y coloca al espectador en el territorio incómodo de la queja amorosa convertida en monstruo.
Un tema perfecto para pensar en la psicopatología de la obsesión y su reflejo en pantalla.
Prepárate: lo que parece “amor de toda la vida” acaba siendo “miedo existencial” con una banda sonora que no te dará respiro.
Otros premios destacados
Mejor Dirección:Park Chan-wook, que vuelve a triunfar en Sitges 22 años después de asombrarnos con Old Boy, ahora con No other Choice.
Mejor Interpretación femenina:Rose Byrne, tras su brillante papel en Si pudiera te daría una patada.
Mejor Interpretación masculina: Todo el reparto d los niños de The Plague.
Estos galardones confirman que Sitges, aunque celebra lo fantástico y lo terrorífico, también premia el cine “premium” en todas sus formas.
Conclusión:
Decir que este Sitges ha sido “agridulce” sería quedarse corto: agridulce con sabor a chile.
Porque por un lado ves la valentía de Emilie Blichfeldt al desarmar los mitos de la belleza, y por otro, la respuesta entusiasta del público a películas que mezclan humor negro y horror estilizado como Obsession.
Como médico y crítico de cine, te diría: aprovecha para ver ambas películas y reflexionar sobre cómo el cuerpo, la obsesión y la estética se entrelazan en el imaginario colectivo.
Y ojo: no siempre se trata de “te gusta / no te gusta”, sino de “esto me incomoda, esto me hace pensar”.
Y eso, amigos, es justo lo que el buen cine debería hacer.
Homenajeados Sitges 2025: cuando los mitos del fantástico pasan lista
Un repaso canalla y cariñoso a quienes el Festival ha coronado este año. Si faltan colmillos, es porque ya están en la vitrina.
Gran Premio Honorífico (los tótems)
Carmen Maura: reina del cine español, ahora también emperatriz del terror simpático.
La gran Carmen Maura recibe su corona en Sitges. Si alguien dudaba de que la comedia y el fantástico hacen buenas migas, que revise Mujeres al borde de un ataque de nervios y luego se venga a aplaudir. Clase, nervio y colmillo.
Terry Gilliam: surrealismo británico con receta de alto octanaje.
Terry Gilliam es ese señor que te mete en una pesadilla burocrática y encima te lo pasas bien. Distopía con risas; mente y cuerpo en boxeo de sombras. Firmó mundos que dan para consulta larga.
Joe Dante: maestro de la comedia del susto. Y sí, los Gremlins siguen vivos.
Joe Dante es liturgia en Sitges: de Gremlins a Piraña, humor negro con dientes afilados. Si el público ríe y grita a la vez, Dante está cerca.
Peter Chan: puente de lujo entre Asia y Occidente.
Peter Chan se lleva también el Gran Premio Honorífico. Productor, director, arquitecto de puentes culturales: si hay emoción y pulso de género, Peter ya estaba allí.
Premio Màquina del Temps (time-travelers de lujo)
Sean S. Cunningham: papá de Viernes 13. La máscara te saluda.
Sean S. Cunningham inventó medio verano de campamento psicópata. Desde Viernes 13, la adolescencia ya no volvió a dormir igual.
Ben Wheatley: el británico que te hipnotiza y luego te remata.
Ben Wheatley te monta rituales rurales, psicodelia urbana y balas con mala leche. Cine de género con cuchillo de chef.
Benedict Cumberbatch recibe su Màquina del Temps: del drama serio al fantástico elegante. Hasta sus cejas actúan en Dolby.
Enzo G. Castellari: pólvora, épica y estilo. Un clásico vivo.
Enzo G. Castellari, leyenda del spaghetti de acción: de Keoma a Aquel maldito tren blindado, escuela de adrenalina para varias generaciones.
William Fichtner: ese rostro que siempre suma tensión buena.
William Fichtner es el actor que miras y ya sospechas que algo gordo va a pasar. Magnético, preciso y felizmente inquietante.
Resumen para vagos con prisa
Honoríficos: Carmen Maura, Terry Gilliam, Joe Dante, Peter Chan.
Màquina del Temps: Sean S. Cunningham, Ben Wheatley, Benedict Cumberbatch, Enzo G. Castellari, William Fichtner.
WomanInFan: Gale Anne Hurd (Gran Honorario), Mary Harron y Nancy Loomis.
Y además: Hugo Stiglitz (Nosferatu) y Dominique Pinon (Méliès Career).
Favoritas de Sitges 2025, según Holasoyramon: del paseo mortal a la brujería vasca
Crónica canalla y cariñosa: cuando una carrera a pie te da la vida (o te la quita), un fantasma se mete en la aspiradora y el agua fría del waterpolo cura menos que una buena película.
La larga marcha — Francis Lawrence
América hecha puré tras la guerra y una competición salvaje donde solo puede quedar uno.
Lawrence (sí, el de Soy leyenda y Los juegos del hambre) arma un espectáculo tenso y emotivo: sudor, pólvora y reflexión social.
Aquí el cardio te salva… hasta que no.
La leyenda de Ochi — Isaiah Saxon
Cuento fantástico en isla inventada: una niña conecta con seres perseguidos y nos regala paisajes que dan ganas de abrigarse más.
Cine “para todos” que no trata al público como menor: ternura, criaturas y una puesta en escena de las que te dejan calentito pese al hielo.
Un fantasma útil — Ratchapoom Boonbunchachoke
Comedia negra tailandesa tan marciana como entrañable: una esposa fallecida se “aloja” en una aspiradora para seguir con su marido.
Chistes de situación, personajes a la deriva y ese extra de desvarío que Sitges mima.
Original a rabiar; agotadora… un poquito también. Pero merece el foco.
Sisu: camino a la venganza — Jalmari Helander
No es “Shishu”: es Sisu, y regresa más cafre y gozosa.
Posguerra, ajustes de cuentas y una contundencia que te recoloca la butaca.
Acción con aroma de western helado.
En sala grande, mejor: el puñetazo sonoro viene incluido.
La vida de Chuck — Mike Flanagan
Adaptación de Stephen King que va marcha atrás: del final del mundo al inicio de una vida.
Lo apocalíptico, lo musical y lo íntimo caben en un solo corazón.
Melancólica y cálida: la película que reconcilia a los cínicos con el optimismo (durará lo que dure, pero oye).
No Other Choice — Park Chan-wook
Un ingeniero desesperado por volver a trabajar y una sátira negrísima del capitalismo.
Humor cruel, nervio coreano y crítica social sin anestesia.
Te ríes… y luego te miras al espejo.
La plaga — Charlie Polinger
Un chaval intenta encajar en un campamento de waterpolo mientras todos machacan al apestado al que llaman “La Plaga”.
Casi sin monstruos… y, sin embargo, terror puro: el de la crueldad cotidiana.
Seca, precisa, con actuaciones jóvenes que duelen.
Y sí, encaja en Sitges por derecho propio.
Gaua — Paul Urkijo Alijo
Siglo XVII, montes vascos: mujeres, inquisidores y mitología.
Urkijo vuelve a conjugar leyenda y denuncia —del aquelarre a la memoria— con una puesta en escena poderosa.
De esas que te dejan el olor a humo… y a libertad.
Luger — Bruno Martín
Encargo sucio, coche robado y una reliquia con bala (literal y metafórica).
Ritmo, humor negro y moral en zona industrial.
Cine de género con ADN castizo: te huele a aceite, a chatarra… y a gloria.
Y sí, pude charlar con David Sainz: majísimo, como la película.
Balance general del Festival de Sitges 2025
Crónica desde la cuesta del Meliá
Hay festivales que se disfrutan… y luego está Sitges, que se sobrevive.
He pasado unos días maravillosos, rodeado de buenos amigos —Ricardo, Alberto y José— que me han acompañado, asesorado y, sobre todo, han evitado que me pierda en la marea humana del Auditori. A todos ellos, un abrazo de los grandes, de los de fin de festival y voz tomada.
Este Festival de Sitges 2025 ha sido tremendo. He visto unas cincuenta películas (sí, cincuenta, y no lo digo para presumir, sino para justificar mi cara de zombie).
Aquí se madruga como si fueran a repartir churros: la primera proyección es a las ocho y cuarto, y para llegar hay que subir la famosa cuesta del Hotel Meliá, sede del festival, con el Auditori y la Sala Tramontana, donde me he dejado media espalda y toda la energía. Desde nuestro apartamento, el paseo hasta allí es de unos 25 o 30 minutos: cardio de terror.
Hay días en los que a las cinco y media de la tarde ya has visto cuatro películas seguidas, y otros en los que el programa te deja respirar un poco para callejear por Sitges, perderte por la Calle del Pecado, o pasear junto al mar mientras te preguntas por qué sigues haciendo esto con tu vida. Pero luego ves esa puesta de sol, y piensas: “bah, que me quiten lo bailao”.
Eso sí: el Auditori está bien equipado… si eres pingüino.
¡Qué frío, por favor!
Es un festival fantástico en todos los sentidos, también en el climático.
Este año he pillado un buen catarro —souvenir oficial del Meliá— que me tuvo dos días medio muerto, pero ni por esas dejé de cumplir con mi ritual.
Cada mañana, entre las cinco y las cinco y media, me levantaba para escribir las críticas de las películas del día anterior, que luego reciben mis lectores del Heraldo de Henares y publico en mi blog holasoyramon.com. Ya sabéis, disciplina monástica y cafeína intravenosa.
He visto de todo: películas infumables, absolutamente insoportables, y otras que me han reconciliado con el cine.
Entre ellas, destaco La vida de Chuck, una auténtica obra maestra y, sin duda, una de las grandes películas del año.
Eso sí, hay que decirlo: Sitges es el único festival del mundo (o al menos de España) donde la prensa elige las localidades después del público. Sí, sí, después.
Tenemos nuestra zona reservada, claro… reservada para los que disfrutan ver las películas en ángulo imposible.
Pero bueno, eso también forma parte del encanto.
A pesar de todo, agradezco de corazón al festival la acreditación, el esfuerzo titánico de organización y, sobre todo, la oportunidad de vivir esta locura anual con tanta gente apasionada por el cine.
Así que, gracias a todos los amigos, colegas y nuevas amistades de estos días.
Han sido jornadas intensas, divertidas, agotadoras y, sobre todo, inolvidables.
Sitges, nos vemos el año que viene. Prometo llevar bufanda.
Lucile Hadžihalilović (nacida en 1961 en Lyon, Francia) es una directora, guionista y productora reconocida por su cine onírico y perturbador.
Colaboradora habitual de Gaspar Noé, debutó con Innocence (2004) y consolidó su estilo con Évolution (2015) y Earwig (2021).
Sus películas exploran la infancia, el cuerpo y la metamorfosis con una estética hipnótica y simbólica.
Es considerada una de las voces más singulares del cine europeo contemporáneo.
La directora Hadžihalilović vuelve a su terreno preferido: lo onírico, lo inquietante y lo que se cuece en los márgenes del cuento infantil.
En The Ice Tower se apropia libremente del cuento de La Reina de las nieves de Hans Christian Andersen y lo recontextualiza como máquina de deseos, espejo roto y grados bajo cero de la psique femenina.
La puesta en escena: cada plano parece pensado para quedarse quieto, como si hiciera “hiiiii” antes de caer en la grieta del relato.
La cámara va lenta, el ambiente es gélido pero no chillón, la nieve no es solo nieve sino metáfora. “La frontera de lo real y lo filmado se difumina”, dice la directora.
El dúo protagonista: Marion Cotillard, en modo diva helada-de‐ensueño, y la novata Clara Pacini, que desprende algo así como vulnerabilidad y fascinación en estado puro. Unaforma de retratar obsesión, idolatría, imitación y peligro.
Éste es filmito “selecto”, hecho para quien quiere “vivir experiencias poéticas”. Ese perfil fino que ama que le den más imágenes que respuestas.
La película se mueve al paso de un témpano que se resiste a caer al mar.
Si no estás preparado para un recorrido contemplativo, quizá sientas que la montaña de hielo se mueve… lentamente.
Algunos críticos lo señalan como un “pero” destacable: mucho caminar por pasillos, muchas miradas perdidas, poca “acción” en el sentido convencional.
Como buen cuento-metáfora, te deja trozos sin cerrar, preguntas sin contestar.
Si eres de esos espectadores que quieren cierre, abanico y palomitas, quizá te quedes “con ganas de más”.
Aunque el público inteligente lo agradece, también significa que el resto del cine-cine-cine puede mirarlo con cara de “¿y esto qué es?”. Así que… no es para todos. Y eso me parece bien.
Este film es como un electro-cardiograma en apnea: late muy despacio, pero cuando late lo hace de formas raras, bellas, incómodas.
Si tu intención es “vivir” el cine —no solo “verlo”—, The Ice Towerte ofrece justo eso: una experiencia, un estado, un reino interior de hielo que se derrite poco a poco… o no tanto.
Si además amas preguntarte “¿qué estaba pasando exactamente?”, perfecto.
Si solo querías acción y entretenimiento ligero… pues igual el chaleco salvavidas te lo pones antes.
Lo reclamo como “producto selecto”.
En salas comunes. quizá. el que se sienta impaciente esté mirando el reloj. mientras el hielo se desploma en cámara lenta.
Y, sí, efectivamente Marion Cotillard es la Reina de las Nieves. Sin duda.
Ryan Prows es un director y guionista estadounidense que ganó un Student Academy Award por su cortometraje Narcocorrido.
Su debut en largometraje, Lowlife(2017), fue muy elogiado por su energía “gonzo” y estilo pulpy, con comparaciones hacia Quentin Tarantino.
También dirigió un segmento de la antología de terror V/H/S/94, concretamente “TERROR”, que fue destacado como el mejor de la serie por la crítica especializada.
Aquí nos cuenta una trama de corrupción policial, que realiza un brigada especial de Los Ángeles que opera por la noches, la Patrulla Nocturna, que da título a la película.
Tras un comienzo realista se convierte en un aquelarre de vampiros que van a aniquilar a negros de un barrio marginal y de paso a chuparles la sangre, que para eso no les van a hacer un feo.
Con algún momento gracioso y otros impactantes, creo que no encuentra el camino y se vuelve tambaleante en su tercio final.
Puede gustar a un público y aburrir a otro. Yo ni fu, ni fa.
Mamoru Oshii (nacido el 8 de agosto de 1951 en Tokio) es un director, guionista y productor japonés, considerado una de las figuras más influyentes del anime moderno.
Comenzó trabajando en series como Urusei Yatsura y debutó en el largometraje con Urusei Yatsura 2: Beautiful Dreamer (1984), donde ya mostraba su sello filosófico y existencial.
Alcanzó fama internacional con Ghost in the Shell (1995), obra clave del cyberpunk que inspiró Matrix, y ha seguido explorando temas como la identidad, la espiritualidad y la relación entre humanos y tecnología en títulos como Avalon (2001) o The Sky Crawlers (2008).
El huevo del ángel es probablemente su obra más críptica y personal.
Realizada junto al diseñador Yoshitaka Amano, es una parábola visual sobre la fe, la pérdida y el silencio divino.
Apenas tiene diálogos y se desarrolla en un mundo posapocalíptico envuelto en sombras y símbolos cristianos.
Oshii volcó en ella su propia crisis espiritual: el resultado es una experiencia hipnótica, poética y profundamente melancólica, más cercana a un sueño o una oración que a una narración tradicional.
Francis Lawrence (nacido en Viena en 1971) es un director y productor estadounidense conocido por combinar espectáculo visual y narrativa emocional.
Saltó de los videoclips a Hollywood con Constantine (2005) y Soy leyenda (2007).
Alcanzó gran éxito dirigiendo varias entregas de Los juegos del hambre, incluida Balada de pájaros cantores y serpientes (2023).
Su estilo mezcla acción elegante, mundos distópicos y fuerte sentido visual.
El visionado de esta película me evoca rápidamente el film Danzad, danzad, malditos de 1969 que dirigió Sydney Pollack y, por supuesto, la saga de Los juegos del hambre.
En unos USA empobrecidos tras una guerra civil se organiza una competición entre jóvenes. El ganador podrá pedir un deseo y obtendrá una fortuna. Los demás morirán de un tiro en el cráneo.
Los diálogos entre los participantes, con sus razones, sus esperanzas y sus vidas dan cuerpo a esta película.
Un film que reflexiona sobre el individualismo de la sociedad que nos toca vivir sobre la competitividad y sobre el desprecio al fracasado.
Hay dos maneras de concebir la vida en colectividad.
Una, la que de forma hiperbólica, nos presenta la película. La lucha por llegar el primero, por ser el vencedor, dejando atrás a todos los demás.
La otra manera de enfrentarse a la vida es desde la solidaridad y la cooperación. Los más fuertes ayudan a los que lo necesitan y todos llegan a la meta al mismo tiempo.
Siempre hay que preguntarse a que carrera te apuntarías para distinguir a las personas.
El argumento de los que se inscribirían a la primera es que ¿porqué ayudar a los vagos y a los fracasados?
De eso habla esta película que emociona y conmueve. Con el ruido de fondo de disparos que revientan cabezas.