
El lunes 10 de noviembre de 2025, Sevilla amaneció otra vez como un regalo: cielo despejado, frío a primera hora y ese calorcito amable del mediodía que te recuerda por qué esta ciudad vive de puertas abiertas. En su cuarto día, el Festival de Cine Europeo de Sevilla nos llevó desde el campo macedonio hasta los desiertos contados desde el Reino Unido, pasando por hoteles en decadencia y aldeas belgas llenas de vida. Un menú cinematográfico tan variado como estimulante.
DJ Ahmet
La jornada empezó temprano con DJ Ahmet, una producción de Macedonia dirigida por Georgi M. Unkowski.
El film nos sitúa en un entorno rural duro y machista, donde un chaval de quince años es sacado del colegio para ayudar a su padre en las tareas del campo. Huérfano de madre, vive con un hermano pequeño que no pronuncia palabra y un progenitor autoritario que impone disciplina a golpe de mirada.
La película, de una belleza serena, retrata con gran sensibilidad la vida precaria del campo macedonio, donde las emociones quedan enterradas bajo el peso del trabajo y la tradición. La llegada de una joven (recién vuelta de Alemania para casarse) sacude la rutina del protagonista y abre una grieta luminosa en ese mundo cerrado.
Con una fotografía espléndida y un ritmo pausado pero preciso, DJ Ahmet es una obra sobre el despertar emocional, la opresión familiar y el peso del patriarcado. Un retrato rural que huele a tierra y a silencio, donde lo que no se dice duele más que lo que se grita.
Straight Circle
A las once de la mañana cambiamos radicalmente de escenario con Straight Circle, película británica dirigida por Oscar Hudson y ganadora del Gran Premio de la Semana de la Crítica en Venecia.
La historia se desarrolla en un puesto fronterizo perdido en un desierto, entre dos países históricamente enfrentados. En un intento de cooperación, cada nación envía un voluntario para convivir en ese terreno neutral.
Lo que empieza como un enfrentamiento ideológico se transforma en un estudio profundo sobre la soledad, la rivalidad y la fragilidad humana. Los protagonistas —dos hermanos en la vida real, Elliot y Luke Tittensore— sostienen un duelo interpretativo de una intensidad magnética.
La película rompe todas las expectativas: no es un drama bélico, ni una comedia absurda, ni un alegato moralista. Es, sobre todo, una reflexión sobre las fronteras que nos separan y las que nos construimos dentro. El tono oscila entre el surrealismo, el drama psicológico y la sátira ligera, con momentos que rozan lo poético y lo inquietante a la vez.
Una joya que, probablemente, no todos han entendido, pero que sin duda deja huella.
Islas
Tras un paseo delicioso por el centro de Sevilla, con parada obligada junto al Guadalquivir, llegamos por la tarde a los cines Odeón para ver Islas, la nueva película de María Seresesky, protagonizada por Ana Belén.
Aquí la cosa se torció un poco. La cinta cuenta la historia de Amparito, una antigua gloria de la canción que regresa al hotel donde solía alojarse. Lo que antes fue lujo y recuerdos ahora es una cadena internacional impersonal, donde ni el dueño ni el espíritu de antaño sobreviven.
Entre los pasillos del hotel, la protagonista se cruza con un joven desesperado que intenta suicidarse metiéndose en la piscina con una mochila llena de piedras. De ese absurdo encuentro nace una relación extraña, entre la compasión y la incomodidad.
El problema es que Islas pretende ser comedia y se queda en melancolía mal digerida. El guion flaquea, la dirección de actores no funciona y el tono se pierde entre el drama y la farsa. Ni siquiera intérpretes solventes como Eva Llorach o Jorge Usón logran salvar el naufragio. En resumen: el fiasco del día, como diría cualquier espectador sincero al salir del cine.
Vitrival
Por suerte, la jornada terminó en alto con Vitrival, una pequeña maravilla belga firmada por Noëlle Bastin y Baptiste Bogaert.
Ambientada en el pueblo natal de Bastin —Vitrival, en la región de Balonia—, la película combina costumbrismo, humor y ternura.
El relato sigue a dos policías locales que intentan resolver dos misterios: una cadena de suicidios inexplicables y una serie de pintadas sexuales que aparecen en los lugares más insospechados del pueblo.
Lejos de los tópicos del thriller, Vitrival se apoya en los vecinos reales del pueblo, no en actores profesionales. Todo suena auténtico, improvisado, vivido. En el coloquio posterior, los directores explicaron que el guion se fue construyendo sobre la marcha, a medida que la vida del pueblo les iba regalando historias.
El resultado es una película entrañable y honesta, un homenaje a la comunidad, al diálogo y a la manera en que los pueblos resuelven sus conflictos: entre cafés, chismorreos y solidaridad. Un pequeño milagro rural que deja muy buen sabor de boca.
Epílogo sevillano
El día acaba igual que empezó: con sol, conversación y una ciudad que parece una postal viva. Entre películas, pasos por el Puente de Triana y un café junto al Guadalquivir, Sevilla sigue demostrando que no solo acoge el mejor cine europeo, sino que lo envuelve con la calidez que solo aquí se entiende.
Cuarto día de festival, cuatro miradas distintas y una misma sensación: el cine, cuando se proyecta con sol y alma, sabe mucho mejor.
Sevilla tiene un color especial.
Gema Santamaría.

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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!

Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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