Acudo semanas después de su estreno para evitar a las seguidoras.
Para mí el presunto atractivo de esta peli consiste en intentar comprender porque ha sido un éxito entre el público adolescente, aunque mucho menos que la Saga Crepúsculo.
Hay un batiburrillo de especies (o lo que sean): mundanos, cazadores de sombras, brujas, diablos, vampiros, hombres lobos…
Las escenas se suceden sin orden ni concierto intentando asombrar al espectador pero consiguiendo trasmitir solo desgana. Ni siquiera las escenas de peleas entre vampiros y cazadores están bien rodadas, hay confusión y desorden. Solo un tonto puede pensar que empalmando planos de 2 segundos se crean escenas de acción.
Se insertan rollos de amor homo con calzador y un conato de incesto mojigato.
El rollito de los hermanos con padre malo-malísimo recuerda, patéticamente, a Star Wars.
La hija de Phil Collins tiene menos encanto que un cactus.
El trailer echaba para tras a cualquiera y desde luego a mí. Pero alguien (traicioneramente) me dijo que no estaba mal (no lo olvidaré).
El director y también guionista (como en todas sus películas) nos presenta una situación absurda con tres personajes penosos.
El personaje de Adrián Lastra es especialmente insoportable. Dan ganas de coger una recortada y terminar con su sufrimiento y el mío. Tal vez me haya pasado. Por ser más diplomático: lo suprimiría del guión.
No hay nada más penoso que pretender ser gracioso y no conseguirlo. Yo de esto sé mucho por experiencia personal.
A los personajes de esta falsa comedia les pasa eso exactamente.
Los únicos que se libran del ridículo son Raúl Arévalo y Antonio de la Torre. Los dos eficaces, intentan mantener el tipo, a duras penas, en situaciones inverosímiles que provocan vergüenza ajena.
La chicas (Clara Lago y Inma Cuesta), en cambio, están estupendas y dentro de lo que permite el guión lo hacen lo mejor que pueden.
Las escenas absurdas se suceden sin orden ni concierto. Sin ritmo, con tedio. Todo muy penoso.
Hasta el número musical es horroroso.
Pero al final me compadecí de los personajes y me cayeron, sino bien, algo menos mal.
Todo me recordaba las comedias más casposas y deprimentes de otras épocas.
Cuando llevo un rato observando esta AzulOscuroCasiNegro me doy cuenta que ya la había visto y la había olvidado.
Lo peor que le puede pasar a una peli es que no la recuerdes. Eso significa que no te ha impresionado. Lo que conmueve no se olvida. Lo anodino pasa de largo.
Comprendo bien a los personajes de Marta Etura y Antonio de la Torre con dos magníficas actuaciones. Pero el papel de Quim Gutiérrez no está bien construido, con demasiadas contradicciones.
La trama avanza con irregularidad y si la peli se salva es por un Antonio de la Torre tan inspirado y eficaz como siempre. Da humor y espontaneidad a la historia.
Para ser una opera prima hay que reconocer que está bien rodada, con eficacia, pero adolece de pulso narrativo.
Me despierto después de una larga siesta. Me asomo a la terraza y seguía lloviendo a mares. Es lo que tiene la gota fría.
En un hotel de playa si no hay sol y calor estás más perdido que un torero al otro lado del telón de acero.
Enciendo el televisor. Comienzo a hacer zapping. En la Sexta 3 Sean Thornton acababa de bajarse del tren en Castletow y preguntaba como llegar a Innisfree.
Me invade una gran felicidad. Pongo el sillón delante del televisor y comprendo que voy a pasar una tarde estupenda viendo The Quiet Man.
Considerada como una de la mejores pelis de la historia del cine.
Ford compró los derechos quince años antes que consiguiera la financiación necesaria para rodarla. Los productores la consideraban una historia ñoña.
Desde su estreno fue valorada como una peli de culto, una obra maestra.
Obtuvo dos oscars, al mejor director y a la mejor fotografía en color, y siete nominaciones.
Con esta peli se demuestra lo gran director que era John Ford y lo gran actor que era John Wayne.
Él era el primero que se minusvaloraba. El propio Ford se definía como hacedor de westerns. Aunque Orson Welles opinaba que los tres mejores directores de la historia del cine eran: John Ford, John Ford y John Ford.
John Wayne tampoco fue considerado un gran actor a pesar que demostrara lo contrario en muchas películas. Hombre con un físico impresionante. Interpretó magistralmente papeles muy diferentes.
Como siempre, en las películas del genial director, todos los personajes tienen pasado y cargan con él. En absoluto son personajes planos.
Se ha dicho que Ford pretendía reflejar el verdadero espíritu irlandés. Y lo consigue. Vaya que lo consigue.
Nos pinta a unos irlandeses obstinados, tercos, amantes de las peleas y de la cerveza, aferrados a sus costumbres…
Si bien es verdad que en El hombre tranquilo no hay malos.
Maureen O’Hara está maravillosa y Ford sabe sacar el máximo partido a su belleza.
El tono de comedia, edulcorada, no decae durante todo el metraje.
Cuando Ford proyectó a los productores la película y vieron que duraba 129 minutos, le dijeron que debía reducirla a 120 minutos, que era lo que se consideraba se podía soportar sentado.
Ford enfadado intentó volverla a montar. Unos días después pasó la peli sin tocarla y a los 120 minutos terminaba bruscamente, a mitad de la pelea entre Sean Thornton y su cuñado Will Danaher. Los productores dijeron que eso era imposible. Ford se terminó saliendo con la suya.
Los exteriores de la peli fueron rodados en Irlanda y los interiores en Los Ángeles.
La historia de un asesino a sueldo que planea un encargo y su coartada con meticulosidad.
Es cine negro pero depurado y envasado al vacío para con los mínimos recursos formales presentarnos una historia potente y sin fisuras.
Un Alain Delon hermético, parco en palabras y en gestos que se mueve como pez en el agua en este thriller que tiene mucho de crepuscular. Conocedor de su trágico futuro lo afronta con dignidad.
Destacar la estimulante aunque breve presencia de, su entonces esposa, Nathalie Delon. Una belleza fría y leal.
El comisario interpretado por François Périer es un hombre meticuloso que conoce el trabajo policial y no da puntada sin hilo.
Una peli arrebatadora a pesar de la aparente frialdad de su cámara.