

La 31ª edición de los Premios Forqué volvió a demostrar por qué estos galardones, otorgados por los productores españoles a través de EGEDA, se han convertido en una cita clave del calendario cinematográfico.
Nacidos después de los Goya, los Forqué han ganado un protagonismo indiscutible por una razón muy sencilla: son los primeros.
Inauguran oficialmente esa maratón anual de premios que luego continúa con los Gaudí, los Feroz y culmina con los Goya. El disparo de salida, vaya.
En lo personal, la noche tuvo además un componente emocional importante.
Fui invitado a la gala por mi amigo Carlos Taillefer, productor, agitador cultural y figura muy activa dentro de la Academia de Cine.
Taillefer ha trabajado con Antonio Banderas en El camino de los ingleses, y es uno de esos personajes que, sin levantar demasiado la voz, están siempre empujando el cine desde dentro.
Mi agradecimiento sincero por la invitación y por compartir una noche tan especial.

Una gala que entendió algo básico: el tiempo
La gala me pareció estupenda. Así, sin matices.
Duró una hora y cuarenta minutos, algo casi revolucionario en estos tiempos.
Estuvo sembrada de buenas actuaciones musicales, muy bien integradas, y con una selección de temas clásicos que apelaban directamente a la nostalgia del espectador.
Nada de experimentos raros: memoria emocional bien manejada.
Los presentadores fueron Cayetana Guillén Cuervo y Daniel Guzmán.
Ella, heredera directa de una gran saga de artistas, con tablas y oficio.
Él, un director que brilla especialmente cuando se mueve en el terreno del cine social.
Ambos intentaron cumplir su misión, y lo lograron.
Es verdad que el guion chirriaba en algún momento, pero supieron sostener la gala con profesionalidad.

El escenario estaba magníficamente planteado: una orquesta situada en la parte superior —con especial protagonismo de las trompetistas, que ofrecieron una actuación espectacular—, una escalera lateral redondeada que daba mucho juego visual y una gran pantalla con una infografía excelente.
En ella apareció incluso, como manda la moda actual, la inteligencia artificial, utilizada como elemento humorístico, casi como un tercer personaje. Funcionó y sumó.
Uno de los grandes aciertos fue pedir expresamente a los premiados que no se eternizaran en los agradecimientos: 45 segundos.
Y, sorprendentemente, la mayoría cumplió.
Resultado: una gala dinámica, ágil, entretenida y muy disfrutable.
Un ejemplo que deberían mirar con atención otras ceremonias, como los Goya, que el año pasado comenzaron a las diez y terminaron a la una y media de la madrugada. Tres horas y media que se hicieron eternas.
Aquí no. Aquí hubo cabeza.

El palmarés: cine adulto y coherente
Vamos al palmarés, que es lo importante.
El premio más relevante, Mejor Largometraje, fue para Los domingos, que competía con Más palomas, Sirât y Sorda.
Para mí, la ganadora perfecta.
Dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, es un drama familiar que explora los sentimientos religiosos dentro del núcleo familiar y los conflictos generacionales derivados de las actitudes juveniles.
Una película que trata al espectador como un adulto, le ofrece la información y le deja reflexionar.
Tal y como dijo su directora en el discurso de agradecimiento.
Tras siete semanas en los cines y después de haber ganado la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, la película se acerca ya a los cuatro millones de euros de recaudación, una cifra que previsiblemente seguirá creciendo.
Además, Patricia López Arnaiz se llevó el premio a Mejor Interpretación Femenina en Cine por esta misma película.
Competía con Ángela Cervantes por La furia —arrolladora—, Miriam Garlo por Sorda y Nora Navas por Mi amiga Eva. Cuatro interpretaciones enormes. Cualquiera habría sido justa ganadora.

No es la primera vez que Alauda Ruiz de Azúa triunfa en los Forqué.
En 2022 ya ganó con Cinco lobitos (Mejor Actriz para Laia Costa y Premio Cine y Educación en Valores).
En 2024 lo hizo con la serie Querer, llevándose Mejor Serie, Mejor Actriz para Nagore Aranburu y Mejor Actor para Pedro Casablanc.
Su relación con estos premios no es casualidad.

En Mejor Serie, competían Pubertad, Animal, Poquita fe y Anatomía de un instante, y el premio fue para esta última.
Una serie extraordinaria que narra la Transición española desde cuatro perspectivas diferentes y culmina en el intento de golpe de Estado del 23-F.
Una obra potente, sólida y muy bien construida, con un Álvaro Morte absolutamente sensacional transformado en Adolfo Suárez.
La Mejor Interpretación Masculina en Cine fue para José Ramón Soroiz por Más palomas.
Un caso singular: probablemente su único gran papel, casi un premio a una carrera tardía.
También estaban nominados Alberto San Juan por La cena, Álvaro Cervantes por Sorda —sensacional— y Mario Casas por Muy lejos.
Aquí confieso mi desconcierto: sigo sin entender cómo un actor tan limitado interpretativamente aparece recurrentemente en estas nominaciones. Misterios del cine español.
En series, la Mejor Interpretación Femenina fue para Esperanza Pedreño por Poquita fe, componiendo un personaje patético, triste y profundamente real.
Y la Mejor actuación Masculina fue para Javier Cámara por Yakarta, donde interpreta a un perdedor absoluto, un hombre que deposita todas sus ilusiones para verlas derrumbarse.
La serie es extraordinaria y Cámara está, como casi siempre, inmenso.
El premio a Mejor Película Latinoamericana fue para Belén, un drama judicial visto en el Festival de San Sebastián.
Un film orgánico y sólido, que funciona muy bien, aunque no aporta nada especialmente novedoso al género.
El Premio al Cine y Educación en Valores, otorgado por EGEDA, fue para Sorda, un reconocimiento más que merecido.
El Mejor Cortometraje fue Ángulo muerto, centrado en el acoso escolar, un tema que apareció varias veces a lo largo de la gala.
La ceremonia tuvo un marcado aire social: además del acoso escolar, hubo menciones al genocidio en Gaza, todo ello sin convertir la gala en un mitin político, pero sin mirar hacia otro lado.

El Mejor Largometraje de Animación fue para Decorado, una película extraordinaria: una fábula llena de animalitos que reflexiona sobre la falsedad de la vida contemporánea, la sensación de vivir en un mundo ajeno y la búsqueda constante de la libertad.
El Mejor Documental fue para Para flores, para Antonio, dirigido por Isaki Lacuesta.
Un director con el que confieso no tener especial simpatía, pero cuyo trabajo aquí relata la experiencia de Alba Flores en la búsqueda de la figura de su padre.
Ella, que dejó de cantar tras su muerte cuando tenía ocho años, emprende aquí un viaje emocional de reencuentro con su pasado.

Epílogo gastronómico (que también cuenta)
Tras la gala, cóctel. Y muy bien organizado.
Comida abundante, mesas de postres memorables —con unos coquitos absolutamente espectaculares y roscones de nata de nivel—.
Algunos, con hambre como yo, atacamos primero el dulce y luego ya nos fuimos recolocando con los canapés que iban sacando. Todo estupendo.

Pude saludar a Alauda Ruiz de Azúa, felicitarla y recordarle que la entrevisté en el proyecto Viridiana en Guadalajara cuando presentó Cinco lobitos.
A eso de la una de la madrugada abandoné el cóctel, que seguía muy animado, tras una noche intensa y muy satisfactoria.
Un día completo. Un día de cine.
Y, sobre todo, un día de agradecimiento a Carlos Taillefer por la invitación. Así da gusto empezar el año cinematográfico. 🎬


Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Para poner un comentario:
Hay 3 casillas.
En la superior va tu nombre.
En la segunda, la del medio, pon una dirección de correo electrónico.
La tercera, la de abajo de las tres, puedes dejarla en blanco o poner tu web.
