
Una jornada intensa en Sevilla, en la que las búsquedas personales, las tensiones morales y los retratos íntimos de la Europa contemporánea fueron el hilo conductor de cuatro propuestas cinematográficas distintas. Desde los suburbios de París hasta la noruega Oslo, pasando por un reencuentro francés y una Italia atrapada en los albores de la guerra, el certamen ofreció una mañana y tarde de reflexión sostenida.
La mañana arrancó con la francesa La petite dernière, La hija pequeña (dirigida por Hafsia Erzi). La película narra el descubrimiento interno de Fátima, una joven de 17 años, la menor de tres hermanas, de origen franco-argelino que vive en los suburbios de París. Buena estudiante, jugadora de fútbol, popular entre sus compañeros… y que comienza a explorar su homosexualidad. A este tránsito personal se le añade la cuestión moral que plantea su condición de “buena musulmana” con relación al imán de la mezquita local.
La interpretación de Nadia Melliti como Fátima es notable: consigue transmitir con sencillez y verosimilitud esa doble vida —la de adolescente corriente y la de joven en conflicto interno—. La narrativa funciona muy bien en su tono íntimo y tranquilo, y el universo de la periferia francesa está dibujado con suficiente densidad como para que el descubrimiento de la identidad de Fátima tenga peso real.
A continuación, se proyectó la producción noruega Sueños de Oslo (dirigida por Dag Johan Augerud). La trama se centra en Johanne, una joven que cree enamorarse de su profesora de francés, e interpreta como gestos amorosos lo que quizá son señales de otra naturaleza. Para digerir esta experiencia, Johanne escribe un relato novelado que actúa como mecanismo de comprensión.
La película plantea temas interesantes: el despertar, la ambigüedad del deseo, la escritura como catarsis. Pero el gran escollo está en su estructura narrativa: una voz en off constante, complementada con diálogos que no dejan respiro al espectador. Esa falta de pausa funciona en algunos momentos como fuerza expresiva, pero en otros termina siendo agotadora.
Por la tarde se presentó la francesa Un balcon à Limoges. El punto de partida es el reencuentro de dos antiguas compañeras de colegio que llevan vidas muy dispares: una vive de manera desordenada, sin estabilidad laboral ni sentimental; la otra es enfermera, responsable, siempre ha intentado cumplir. Ese reencuentro desata una relación que atraviesa diferentes etapas y culmina de forma sorprendente (no la revelaré para no romperla). La película confirma una vez más que el cine francés sabe desplegar con eficacia la mirada sobre «la vida de los otros», esos caminos divergentes que parten de orígenes comunes.
Y para cerrar la tarde: una coproducción italiana, Il mio posto è qui, dirigida por Cristiano Bortone y Daniela Porto. La obra comienza en los albores de la Segunda Guerra Mundial: un joven es reclutado; antes de ello mantiene relaciones sexuales y deja embarazada a una chica que tendrá el niño. Cuando este tiene cinco años, un viudo de la zona le propone matrimonio, lo que los padres acogen como alivio económico… pero la chica entra en contacto con activistas feministas del Partido Comunista Italiano y desea emanciparse de la relación patriarcal. Es un retrato del machismo de época, del dominio patriarcal y de lo arduo que resulta liberarse de ese círculo. Visual y temáticamente potente.
En el espacio entre la mañana y la tarde tuvimos la rueda de prensa de Jim Sheridan (director de, entre otras, En el nombre del padre y Mi pie izquierdo), que moderó el director del Festival Manuel Cristóbal. Sheridan recibió el Giraldillo de Honor del Festival de Cine Europeo de Sevilla en esta 22.ª edición, como reconocimiento a una trayectoria marcada por una mirada profundamente humana sobre los conflictos sociales y políticos de Irlanda.
Durante su intervención, habló de la transformación del cine frente al auge de las plataformas digitales (“el cine ahora se ve con un mando entre las manos”) y defendió la necesidad de “socializar el cine” como experiencia colectiva. En este Festival se proyectará su más reciente filme, Re-creation, codirigido con David Merriman, que reconstruye un juicio irlandés sin celebrarse.
Recreación de un asesinato es un ejercicio austero de reconstrucción judicial en el que estos directores examinan un caso irlandés nunca resuelto. La película evita el sensacionalismo y se centra en la fragilidad de los testimonios y en la imposibilidad de alcanzar una verdad única. Su puesta en escena es contenida, casi teatral, y subraya el carácter ambiguo y deliberadamente incompleto del relato.
La jornada terminó con un paseo por la ciudad: la Alameda de Hércules un amplio espacio insertado en un entramado de calles estrechas y una atmósfera única en Sevilla. Un buen remate: tras varias películas densas, caminar por ese laberinto urbano permitió respirar.
El sexto día del festival avanza con firmeza y variedad: cuatro películas europeas potentes, un maestro del cine homenajeado, y una localidad que no defrauda. Mañana promete nuevas visiones.
Sevilla sigue oliendo a azahar.
Gema Santamaría

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Muchos besos y muchas gracias.
¡Nos vemos en el cine!

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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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