La andadura del Cine Club Alcarreño se inicia esta temporada con este docudrama de 75 minutos.
Podríamos pensar que un plato ligero por su duración y por su tono amable.
Pero trata un tema muy polémico y complejo.
El meollo es el maltrato animal y la alimentación. Para concluir que hay que hacerse vegano.
Su director y protagonista, Ed Antoja, es convencido, más bien adoctrinado, para integrarse en la secta del veganismo.
Uno de los problemas de las sectas es que sus miembros se creen superiores a los demás y en posesión de la verdad.
Pasa igual que los consumidores de Apple o los poseedores de la Termomix.
En el caso de los veganos, además nos quieren hacer sentir malas personas porque nos ponemos cinturones de piel o porque nos gusta el cachopo (por cierto, qué gran invento).
Independientemente de todo lo expuesto, el documental dice verdades como puños.
Vivimos en la sociedad del despilfarro.
Una de las formas que tenemos cotidianamente de derrochar es comiendo carne en exceso.
Es cierto que para producir un kilo de proteína animal se necesitan 10 Kg de cereales.
Comemos un exceso de proteínas. Solo necesitamos de 0.8 a 1 gr de proteínas por Kg de peso y día.
Yo con 90 gr de proteínas sería suficiente.
No olvidemos que los cereales tienen un 15% de proteínas, las legumbres un 30% y los frutos secos cantidades no despreciables de este principio inmediato.
En los países del tercer mundo, en los que son vegetarianos por obligación, hay personas que no prueban la carne en su vida y por ello no están mal alimentados.
En España, donde tanta necesidad se pasó en la posguerra, comer carne fue un lujo, que solo se podían permitir los señoritos.
La cría intensiva de ganado ha conseguido abaratar los precios de la carne y democratizar un producto. Así familias con bajos ingresos se pueden permitir “el lujo” de comer carne a diario.
Es cierto que los animales sufren en estas granjas y que su muerte es dolorosa. Y está bien que se denuncie.
Pero llegamos a una paradoja que me abruma. Si de pronto todos nos volviéramos veganos, ¿qué pasaría?
Lo primero que los laboratorios fabricantes de vitamina B12 se pondrían las botas (no de piel animal, por supuesto).
Lo siguiente que millones de animales serían sacrificados para vaciar unas granjas que no tendrían utilidad.
Miles de empresas cerrarían.
A los niños me imagino que se les dejaría tomar leche. ¿O solo de soja o de almendras?
Estas llamadas “leches” vegetales no son más que zumos de estas plantas y carecen de calcio en una cantidad apreciable. El calcio contenido en los vegetales es escaso y se absorbe muy mal. La fuente de calcio para todas las edades es la leche y los derivados.
Condenaríamos a todas las generaciones venideras al raquitismo.
Tal vez la solución sea algo intermedio.
Deberíamos de comer menos carne, llevar una dieta variada y equilibrada e intentar que la vida de los animales en granjas intensivas sea mejor, aunque el precio de la carne sea mayor.
El que quiera ser vegano que lo sea, me parece fenomenal, pero que no intenten crear en mí un complejo de maltratador de animales.
En los pueblos de toda España se ha convivido con los animales y se ha tenido claro que están al servicio de la subsistencia del hombre.
Cuando el conejo tiene ocho meses y está tiernecico, se le desangra, se le mata, se le limpia y a la olla.
Nadie ha percibido maltrato en este conejillo que ha cumplido su función en la vida.
Estas cosas del animalismo me parece que solo son postureo de urbanitas de clase acomodada.
Ya sé que lo que digo puede ofender muchas sensibilidades, pido disculpas.
Quede claro que tengo el máximo respeto hacia los animalistas, que nunca en la vida les obligaría a ver una corrida de toros, ni asistir a un matadero, ni a comer cachopo, ni bocadillos de jamón con tomate, ni a tomarse un yogurt de postre, ni a llevar zapatos de marca.
Es más si alguien alguna vez les quiere invitar al Buger King daré la cara por ellos y diré: “invítame a mí que no tengo escrúpulos, y al animalista le invitas a La Zanahora Feliz“.
Un placer compartir butacas con el cineasta Miguel Ángel Fernández y con los críticos de cine Diego Gismero y David Recio, además (estos dos últimos) miembros del Jurado del Premio de la Prensa.
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Nos vimos tres cortos de la Sección Bon Appetit, todos los Requetecortos y la Ceremonia de Clausura. De postre dos de los cortos premiados.
La gala comienza con The Veroñas un ruidoso grupo de rock femenino, compuesto por una chicas muy majas y dinámicas.
No les entendí nada. Primero porque cantaban en inglés y segundo porque el sonido era muy malo.
Perpetraron un montón de canciones y me produjeron una leve cefalea.
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La ceremonia la presentaron los actores Fernando Ramallo y Montse de la Cal que nos fueron ofreciendo el menú de premios.
Estuvieron muy acertados y sus intervenciones no chirriaron en absoluto.
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Los entregadores y los recibidores de premios estuvieron muy comedidos, en general, lo que hizo la ceremonia entretenida y dinámica.
Os pego el Palmarés.
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Las actuaciones del grupo de baile Carpe Diem, del dúo de cuerda Espejismo y de los cantantes Amigos del Buero muy entretenidas y de calidad.
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Mucho público que llenó la platea del Buero Vallejo y parte del entresuelo.
El apoyo de los espectadores a este Festival se mantiene año tras año y es sin duda el mejor de los respaldos.
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Después de ver dos de los cortos premiados nos hicimos una foto los miembros del Jurado de la Prensa.
De derecha a izquierda: Elena Clemente de culturaenguada, María Antonia Delojo de RTVE, Blanca Álvarez Román de cineenserio.com, Diego Gismero, David Recio, Ana Rodríguez de la Cadena Ser y un servidor.
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Posteriormente estuvimos en el ágape donde pudimos conversar con Motse de la Cal y con Pedro Herrero director del Requetecorto premiado El mercadillo.