Mario Martone (Nápoles, 1959) es un director y dramaturgo italiano conocido por su mirada humanista y su pasión por la historia y la cultura napolitanas.
Ha firmado títulos como El joven Faber (1992), Nos vemos mañana (1998) o El amor molesto (1995), basada en Elena Ferrante.
En los últimos años ha brillado con Il giovane favoloso (2014) y Nostalgia (2022), ambas de fuerte carga poética y social.
Ahora nos ofrece un drama centrado en la relación entre la escritora Goliarda Sapienza y la joven delincuente y activista política Roberta.
A la primera le da vida la veterana Valeria Golino. A la segunda la joven Matilda De Angelis. Dos grandes actrices que componen con intensidad unos personajes muy diferentes.
Se conocen en la trena y este encuentro cambiará sus vidas, especialmente la forma de pensar de Goliarda.
El retrato de la vida carcelaria en esa prisión de mujeres es muy potente y muy realista.
El film también tiene un componente valioso de recuperación del personaje de esta escritora, que obtuvo éxito y reconocimiento muchos años después de su fallecimiento.
La ruta de la Plata se desliza bajo las ruedas con esa serenidad de los viajes que no tienen prisa. Entre lloviznas intermitentes y un cielo gris que se va abriendo paso, el sur nos recibe con su mejor sonrisa. Sevilla, espléndida y cálida, nos da la bienvenida a su 22ª edición del Festival de Cine Europeo, que del 7 al 15 de noviembre convierte la ciudad en un escaparate privilegiado del mejor cine del continente.
El hotel designado como sede oficial – el Hotel NH Plaza de Armas – sirve como escenario cotidiano para los encuentros del festival, las proyecciones informales y los “cafés con…” que han marcado su agenda.
En un pasillo del hotel, entre cafés, sonrisas de acreditados y una panorámica de butacas por venir, tuve la oportunidad de compartir unos minutos con Antonio Bigar, director del Festival de Málaga. Su figura, acostumbrada a escenarios y alfombras, adquirió una dimensión más insólita cuando descubrí que su formación académica parece tener raíces distintas al cine: según nos indicó de forma informal, durante la conversación, posee una formación en Ciencias, concretamente en Química, antes de dedicarse al audiovisual.
Bigar comentó que “la química –en sentido literal– me enseñó que los procesos requieren paciencia, mezcla adecuada de elementos y condiciones de contorno precisas. Y en el cine pasa algo parecido”. Esta analogía, a medio camino entre lo lúdico y lo profesional, nos invita a pensar que dirigir un festival no es tan distinto de supervisar un laboratorio: se seleccionan ‘reactivos’ (películas), se controlan las condiciones (programación, sedes, público) y se observa la reacción (impacto del cine en la audiencia).
Y cuando le pregunté sobre la colaboración entre festivales, respondió: “La química entre festivales es más importante de lo que muchos creen: intercambiar miradas, compartir apoyo, prestarse sedes o invitados… Es como una red de laboratorio que experimenta con el arte del cine”.
El primer alto en el camino es en los cines Odeon, en el centro comercial Plaza de Armas, donde empieza la aventura cinematográfica. La primera película del día, Un anno di scuola, de la directora italiana Laura Samani, nos traslada a Trieste, donde una adolescente sueca se enfrenta al laberinto emocional del acoso escolar. Samani, con su sensibilidad habitual, retrata la dureza de la adolescencia, la fragilidad de la amistad y, sobre todo, la persistencia de un machismo que sigue anclado en la sociedad italiana. La película conmueve sin caer en el dramatismo fácil y confirma a su directora como una de las voces más sólidas del nuevo cine europeo.
Al caer la tarde, el festival se viste de gala. El Cartuja Center CITE acoge una ceremonia inaugural luminosa, presentada por Alfonso Sánchez y Alberto López, los inseparables Compadres. En el escenario, se respira entusiasmo: 350 cineastas de toda Europa participan en esta edición que reivindica la diversidad y el compromiso del cine europeo con su tiempo.
El momento más emotivo llega con el Giraldillo de Honor concedido a Alberto Rodríguez, director de La isla mínima, Grupo 7 o Modelo 77, entre otras. Su discurso, sencillo y sincero, es un homenaje a Sevilla y a un modo de hacer cine arraigado en su tierra. Los aplausos, largos y cálidos, confirman el cariño del público hacia uno de los cineastas más queridos del panorama español.
Y cuando parecía que la noche no podía brillar más, Falete hizo suya la canción Ne me quitte pas, y el teatro entero se rindió a su voz, que llenó el auditorio de emoción pura. Un cierre de gala con acento andaluz y alma europea, que marcó el inicio de unos días dedicados al arte, la pasión y el diálogo cinematográfico.
Comienza el festival, y con él, esa magia que solo el cine sabe despertar: la de mirar al mundo con ojos nuevos, aunque el sol, en Sevilla, parezca el de siempre.
Springsteen: Deliver Me From Nowhere… y del aburrimiento, si puede ser.
Scott Cooper (nacido en 1970, en Virginia, EE. UU.) es un director, guionista y actor estadounidense conocido por su estilo sombrío y realista.
Debutó con Corazón rebelde (2009), que le valió un Óscar a Jeff Bridges, y consolidó su carrera con La ley del más fuerte, Black Mass: Estrictamente criminal y Hostiles.
Su cine suele explorar la violencia y la redención en entornos duros y moralmente grises.
Springsteen: Deliver Me From Nowhere es el título de esta película biográfica (biopic) dirigida por Scott Cooper, centrada en la figura de Bruce Springsteen y, en concreto, en el proceso de creación de su legendario álbum Nebraska (1982).
El título viene de una de las frases más representativas del disco —“Deliver me from nowhere” (“Sálvame de la nada”)—, que resume perfectamente el tono oscuro, introspectivo y casi desesperado del álbum.
Springsteen estaba en una etapa personal muy sombría, grabando en soledad, en su casa, con una grabadora de cuatro pistas y sin acompañamiento de la E Street Band.
Así que, en resumen, Deliver Me From Nowhere significa literalmente “Sálvame de la nada” o “Líbrame del vacío”, y simboliza esa búsqueda interior de sentido que marcó tanto el disco como la vida del músico en aquel momento.
Scott Cooper se mete en el universo más sombrío de Bruce Springsteen y nos entrega una película tan triste que dan ganas de abrazar al reproductor para consolarlo.
La cinta se centra en la época en la que El Jefe grabó Nebraska, solo, en su casa, con una grabadora y todos sus demonios haciendo coro.
El problema es que la película se contagia de esa tristeza y acaba siendo un viaje pantanoso, denso y, por momentos, casi hipnóticamente aburrido.
Springsteen aparece deprimido, introspectivo, ensimismado hasta la parálisis, y Cooper parece tan respetuoso con su melancolía que se olvida de nosotros, los espectadores, que también necesitamos un poco de aire.
Es cine gris sobre música gris, con una belleza apagada y una narrativa tan lenta que uno acaba entendiendo por qué el disco se llama Nebraska: todo parece un paisaje vacío al que le falta vida.
Una película interesante, sí, pero para valientes con mucha fe… o con muy buen café.
El actor protagonista, Jeremy Allen White, conocido por dar vida a Carmen “Carmy” Berzatto en The Bear, no encaja con el personaje, y nunca termino de ver a the Boss.
Eloy de la Iglesia: cuando el celuloide era más fuerte que la metadona.
El realizador vasco Gaizka Urresti, curtido en documentales que desentierran lo que el cine quiso y no pudo ver, nos ofrece con Eloy de la Iglesia, adicto al cineuna especie de biopic en mascarada: el retrato de Eloy de la Iglesia —cineasta rebelde, “enfant terrible”, explorador de la marginalidad y provocador de la transición española— quien no sólo hizo películas, sino que dejó que su propia vida se filmara de contrabando.
El documental, con esa mezcla de admiración y crónica sin filtros, muestra cómo Eloy de la Iglesia atravesó censuras, drogas, gloria fugaz y olvido voluntario para volver, al fin, al cine como tabla de salvación… o de escape.
Verlo es como abrir un viejo cajón de carretes donde la luz apenas entra, y te das cuenta de que el azar, la valentía y el miedo pueden caber en un solo plano.
Urresti no lo hace todo meloso: nos pone frente al cineasta con sus excesos, sus aciertos, sus errores, y nos lanza la pregunta: ¿qué es ser adicto al cine?
Porque aquí no hablamos solo de hacer películas, sino de vivirlas, arrastrarlas, quemarlas, y volver a recoger los trozos para proyectarlos en la pantalla de la memoria. Y en esa pantalla se ve… mucho más que imágenes.
Si te gusta el cine que gruñe, que se equivoca, que sangra y se ríe al mismo tiempo: este documental es tu cita.
Porque “adicto al cine” puede ser una definición de amor, pero también de castigo.
Y ambos sentimientos caben en 95 minutos que se miran como un thriller existencial.
La serie Poquita fe (2023- ) nace del ingenio de Pepón Montero y Juan Maidagán, dos guionistas que llevan años bordando la comedia costumbrista con precisión de cirujano y retranca castiza.
Su idea: mostrar la rutina de una pareja corriente con un humor que se desliza entre lo tierno, lo absurdo y lo patéticamente real.
Los protagonistas son Raúl Cimas como José Ramón y Esperanza Pedreño como Berta, una pareja que encarna todas esas pequeñas derrotas cotidianas con las que cualquiera puede identificarse.
El formato es breve, como un suspiro: capítulos cortos, cámara fija, silencios incómodos y comentarios a cámara que rompen la cuarta pared.
Es como si los personajes confesaran sus pensamientos antes de que nosotros los tengamos.
Una especie de terapia colectiva de la vida mediocre.
La segunda temporada, estrenada en 2025, repite fórmula, pero amplía horizontes.
José Ramón y Berta se enfrentan ahora a nuevos problemas domésticos, a la precariedad, al tedio laboral y al inevitable regreso al nido familiar.
El guion sigue siendo filoso y entrañable a la vez: muestra un país donde el sarcasmo es una herramienta de supervivencia.
El humor sigue siendo el mismo, ese que parece no pasar nada y, sin embargo, pasa de todo.
Lo cotidiano se convierte en épico cuando uno se pelea con el mando de la tele o con una persiana que no baja.
Y lo mejor: todo contado con esa naturalidad que parece improvisada, pero que está escrita con bisturí.
Ver Poquita fe es como mirarte en un espejo de baño un lunes por la mañana.
No hay filtros, no hay glamour.
Solo tú, tus ojeras y la resignación ante el café aguado.
Raúl Cimas está espléndido, su torpeza cotidiana es casi un arte escénico.
Esperanza Pedreño le da la réplica perfecta, entre la ternura y el hartazgo.
La pareja funciona porque no actúa: respira.
El guion de Montero y Maidagán vuelve a demostrar que se puede hacer humor sin chistes, y que la risa más pura nace de lo incómodo.
No hay moralejas ni moralejas encubiertas, solo la constatación de que la vida es un cúmulo de pequeñas derrotas que, con suerte, terminan en carcajada.
La segunda temporada mantiene su esencia, pero añade una capa de realidad más agria: la vivienda, la incertidumbre, la edad que no perdona.
Y aun así, te hace reír.
Porque esa es la clave: reírse cuando lo único sensato sería llorar.
Pepón Montero y Juan Maidagán lo han vuelto a hacer.
Han transformado lo anodino en arte.
Poquita fe, en su segunda temporada, es una sátira tierna de la existencia moderna: aburrida, ridícula, entrañable y tristemente divertida.
Si estás harto de series que gritan dramatismo, esta te susurra la verdad: la vida es un despropósito, pero al menos tiene buen guion.
Judith Colell (Barcelona, 1968) es una directora, guionista y productora catalana con una sólida trayectoria en el cine y la televisión española.
Ha dirigido películas como Dones (2001), 53 días de invierno (2006) y Elisa K (2010), esta última codirigida con Jordi Cadena y premiada en San Sebastián.
Su obra aborda con sensibilidad temas como la identidad femenina, la memoria y la violencia.
Además, ha sido presidenta de la Acadèmia del Cinema Català, defendiendo con pasión el cine hecho por y sobre mujeres.
Con esta producción nos traslada a un pueblo fronterizo después de la Guerra Civil.
Miki Esparbé da vida a ese responsable de la frontera, donde refugiados judíos intentar salvarse del exterminio nazi.
Es un relato de supervivencia de los que huyen y de los que intentan subsistir después de una contienda que se lo ha llevado todo, las voluntades, las esperanzas, las ideologías y las ilusiones.
Una buena ambientación y una trama con aires de thriller conforman este drama, perdón esta tragedia.
Parece que Asier Etxeandia se está especializando en papeles de fascista. Un actor soberbio.
Laura Samani es una directora italiana nacida en Trieste en 1989.
Se dio a conocer con su impactante debut Piccolo corpo (2021), una fábula rural sobre el dolor y la fe ambientada en el Friuli de principios del siglo XX.
Su cine combina realismo mágico y una fuerte carga emocional, con un estilo visual casi místico.
Es una de las voces más prometedoras del nuevo cine italiano.
En el Festival de Cine Europeo de Sevilla nos presenta esta película que nos relata las adversidades que padece Fred, una adolescente sueca que se traslada a Trieste.
En el instituto sufre el acoso, las bromas pesadas y el machismo de sus compañeros de clase.
También conoce la amistad, el amor, la traición y el abandono.
Un film que nos de muestra como las chicas maduran más pronto que los chicos y cómo el machismo está arraigado en la sociedad italiana.
Aquí la sororidad brilla por su ausencia.
Destacar la interpretación de la joven Stella Wendick que sostiene la película y sabe dar a su personaje la suficiente profundidad como para que padezcamos con ella.
Una estupenda película para iniciar este festival, que nos promete estupendos momentos.
La diabetes mellitus tipo 2 (DM2) es una de las enfermedades crónicas más frecuentes del mundo moderno. Afecta a millones de personas, muchas sin saberlo. Se caracteriza por un aumento persistente de la glucosa en sangre debido a que el organismo no utiliza bien la insulina, la hormona encargada de meter el azúcar dentro de las células.
En la diabetes tipo 2 el páncreas sigue produciendo insulina, pero las células se vuelven “sordas” a ella: es lo que se llama resistencia a la insulina. Con el tiempo, el páncreas se agota intentando compensar, y los niveles de glucosa se disparan.
Factores que favorecen su aparición
No aparece de la nada. Detrás hay un cóctel de causas que se refuerzan entre sí:
Obesidad y sobrepeso, especialmente cuando la grasa se acumula en el abdomen.
Sedentarismo: pasar la mayor parte del día sentado reduce la sensibilidad a la insulina.
Alimentación poco saludable: exceso de azúcares simples, ultraprocesados, bebidas azucaradas y harinas refinadas.
Edad: es más frecuente a partir de los 40 años, aunque cada vez se ve antes.
Antecedentes familiares: la genética cuenta, pero el estilo de vida manda.
Estrés crónico y falta de sueño, que alteran el metabolismo.
La relación con la obesidad
La obesidad abdominal es el gran disparador de la DM2. La grasa visceral (la que se acumula dentro del abdomen) libera sustancias inflamatorias que interfieren con la acción de la insulina. Por eso se dice que la diabetes tipo 2 es, en muchos casos, una consecuencia metabólica del exceso de grasa corporal.
Buena noticia: perder un 5-10% del peso corporal puede mejorar notablemente los niveles de glucosa y, en algunos casos, incluso revertir la enfermedad en fases iniciales.
Medidas generales: el poder del cambio de hábitos
El tratamiento de la diabetes tipo 2 se basa en tres pilares fundamentales: dieta, ejercicio y medicación (si hace falta). Pero los dos primeros son la base de todo.
🥦 1. Alimentación saludable
El objetivo no es “comer sin azúcar”, sino comer bien todos los días. Las recomendaciones más importantes:
Seguir un patrón tipo dieta mediterránea: frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales, pescado y aceite de oliva virgen extra.
Reducir los azúcares simples (refrescos, bollería, dulces, zumos industriales).
Evitar los ultraprocesados, ricos en harinas refinadas y grasas trans.
Moderar el consumo de carne roja y embutidos.
Apostar por proteínas magras (pollo, pescado, huevos, legumbres).
Beber agua como bebida principal.
Controlar el tamaño de las raciones: incluso los alimentos saludables, si se comen en exceso, suben la glucosa.
Un pequeño cambio sostenido vale más que una dieta milagrosa de dos semanas.
🏃♂️ 2. Actividad física
El ejercicio es una auténtica medicina para la diabetes tipo 2. Aumenta la sensibilidad a la insulina, baja la glucosa y mejora la salud cardiovascular.
Las guías recomiendan:
150 minutos semanales de actividad aeróbica moderada (caminar rápido, nadar, montar en bici…).
Dos o tres sesiones semanales de ejercicios de fuerza (pesas, bandas elásticas, calistenia…).
Moverse cada día, aunque sea subir escaleras o pasear después de comer, marca la diferencia.
💊 3. Tratamiento médico
Cuando dieta y ejercicio no son suficientes, se añaden fármacos orales (como metformina) o, en fases avanzadas, insulina.
Pero el objetivo no cambia: mantener la glucosa dentro de los valores seguros y prevenir complicaciones (cardiovasculares, renales, oculares, neurológicas…).
Cuándo se considera que está bien controlada
Los médicos valoran varios parámetros. En general, se considera bien controlada cuando se cumplen:
Parámetro
Valor deseable
Glucemia en ayunas
80 – 130 mg/dl
Glucemia posprandial
(2 h después de comer)
< 180 mg/dl
Hemoglobina glicosilada
(HbA1c)
< 7% (a veces < 6,5% en pacientes jóvenes y sin riesgos)
Presión arterial
< 130/80 mmHg
Colesterol LDL (“malo”)
< 100 mg/dl (o < 70 mg/dl si hay riesgo cardiovascular alto)
Además, el control incluye mantener un peso saludable y un IMC inferior a 25.
Conclusión
La diabetes tipo 2 no es un castigo, sino una alerta metabólica. Con buenos hábitos se puede controlar, y en muchos casos incluso revertir en sus primeras etapas.
La clave está en moverse más, comer mejor y asumir que la salud se cocina (literalmente) todos los días.
El cuerpo, cuando lo cuidas, te devuelve el favor.
(Artículo redactado, según mis indicaciones, por IA y posteriormente corregido y modificado por holasoyramon)
Probablemente sea uno de los chascarrillos más recurrentes en el análisis de aficionados al cine y a la literatura.
La literatura y el cine son dos lenguajes diferentes: una con palabras, la otra con imágenes.
Cuando un libro se convierte en película, no solo cambia de formato, sino que renace con nuevos colores, sonidos y miradas.
Este monográfico recorre ese puente entre páginas y pantallas, explorando cómo los relatos escritos encuentran nueva vida en el lenguaje del cine, sin perder su esencia.
Un viaje entre letras y fotogramas, donde la imaginación escribe su historia dos veces.
La Seminci se pone de gala: la Espiga de Oro se parte en dos y Valladolid vibra con récord de público
Por Ramón Bernadó
La 70ª edición de la Seminci reparte amor, premios y aplausos a mansalva. Kelly Reichardt y Lav Diaz comparten la Espiga de Oro, mientras el público llena las salas y José Luis Cienfuegos presume de cifras históricas.
Un festival que bate récords (y resucita la taquilla)
Valladolid, 2 de noviembre de 2025.
Como ya es costumbre desde hace décadas acudo a la Seminci apadrinado y acreditado por El Heraldo del Henares, un referente de la prensa alcarreña.
La 70ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) se ha despedido por todo lo alto, y no solo por las pelis, sino porque el público ha respondido como en los viejos tiempos, esos en los que ir al cine era casi religión.
El jefe del invento, José Luis Cienfuegos, lo dijo tan contento como si le hubieran dado una Espiga de Oro a él:
“Esta edición ha atraído a más de 100.000 espectadores, un 6% más que el año pasado. Y eso que en 2024 ya habíamos subido un 11% respecto al anterior”.
Vamos, que la Seminci va como un cohete. De hecho, el 29 de octubre ya habían igualado el público total de 2024. Ni las rebajas del Corte Inglés tienen ese tirón.
La Espiga de Oro ex aequo: cuando el jurado no sabe a quién dejar sin postre
Y sí, ha pasado otra vez. El jurado de la Sección Oficial —compuesto por Elena López Riera, Laurentina Guidotti, Serge Toubiana, João Pedro Rodrigues y Mihai Chirilov— se ha visto tan dividido que ha tenido que partir la Espiga de Oro en dos.
Así, The Mastermind, de Kelly Reichardt, y Magallanes, del maestro filipino Lav Diaz, se llevan el máximo galardón ex aequo, algo que en 70 años solo había pasado en 1963, 1971 y 1984. O sea, que no es lo normal.
The Mastermind: el atraco emocional de Kelly Reichardt
La directora norteamericana Kelly Reichardt, reina del cine sutil y de las emociones en voz baja, se saca de la manga The Mastermind, una peli que el jurado ha descrito así:
“Con elegancia e ironía deconstruye las reglas del género para revelar lo que se oculta detrás de la acción: el deseo, la ilusión y el fracaso”.
Vamos, que en lugar de robos y disparos, Reichardt prefiere atracarte el corazón.
Además, el director de foto Christopher Blauvelt se ha llevado el premio a la Mejor fotografía “por el refinamiento de sus atmósferas” y por un trabajo de luz en perfecta sintonía con la puesta en escena de Reichardt.
A mí me ha parecido una película divertida, pero mediocre, que no aporta grandes cosas y que decepcionará a al público que espere ver una gran película.
Magallanes: Lav Diaz y su epopeya colonial
Por su parte, Lav Diaz vuelve a su terreno favorito: el de mirar la historia de frente.
En Magallanes propone una relectura crítica del pasado colonial a través de la figura del navegante portugués.
El jurado la ha premiado porque
“nos permite sumergirnos en el pasado desde el presente, releyendo la historia colonial desde una perspectiva compleja y crítica”.
También han subrayado su “propuesta estética, fotográfica y temporal extraordinaria” y su “singular manera de articular la reflexión histórica con la experiencia cinematográfica”.
Ojo al dato: en la producción están Albert Serra y Montse Triola como coproductores, así que hay mano catalana en una película filipina sobre Magallanes. Globalización, pero bien.
Una película que renunciamos a ver, porque compañeros de prensa la definieron como un truñaco monumental.
La recuperaremos en Gijón.
El público pataleó en la gala. Una cosa muy de Seminci, que parecía que se había perdido.
La Espiga de Plata y la Espiga Verde: doblete para Ildikó Enyedi
La Espiga de Plata ha ido a parar a Silent Friend, de la directora húngara Ildikó Enyedi, que además ha ganado la Espiga Verde por su mirada ecológica.
Según el jurado:
“Silent Friend revela, con una poderosa narrativa, el tema de la comunicación silenciosa, la relación entre los seres humanos y las formas de vida no humanas, y lo invisible que impregna la realidad”.
Vamos, que Enyedi ha hecho una peli delicada, silenciosa y muy de Seminci, de esas que ves y luego te quedas un rato pensando en los árboles.
Silent Friend exige paciencia, pero recompensa con una experiencia visual y sensorial poco común.
Es una obra que no se mira, se contempla.
Premio Ribera del Duero a la mejor dirección: Argentina, presente
El premio a la mejor dirección (el Ribera del Duero) ha sido para los argentinos Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini por La noche está marchándose ya.
El jurado ha dicho que su película:
“con ternura y lucidez nos recuerda el poder del cine como espacio de encuentro y de resistencia política”.
Y más aún: han destacado que celebran “la cinefilia, la amistad y el amor como gestos colectivos” en un momento muy delicado para la creación audiovisual en Argentina.
Una película divertida, pero profundamente triste, que refleja el descalabro cultural en la Argentina de Milei.
Interpretaciones: Eva Victor, Harry Melling y una familia maravillosa
En el apartado interpretativo, la Seminci también ha tirado de sensibilidad.
La mejor interpretación femenina ha sido para Eva Victor por su trabajo en Sorry, Baby (que además dirige ella misma), porque, según el jurado:
“sostiene con brillantez un drama agridulce lleno de toques de humor. Humaniza la película y hace estallar su núcleo emocional”.
La mejor interpretación masculina ha sido para Harry Melling (el primo malo de harry Potter) por Pillion, de Harry Lighton, por una labor muy parecida: cine emocional, con humor, sin azucarina.
Y hay mención especial —muy bonita, por cierto— para el trío de actores no profesionales Lionel Corral Bernal, Lionel Corral y Alicia Corral Bernal por Lionel, de Carlos Saiz.
El jurado habla de “química ardiente” y de “profunda sinceridad emocional”. Vamos, que se han creído la familia… porque lo son.
Curioso que se premie a tres actores “naturales” que se interpretan a sí mismos. No le veo el mérito.
Interpretaciones con humor y emoción en Sorry, Baby y Pillion.
Los premios técnicos: guion, montaje y foto
La Seminci no se ha olvidado del trabajo fino.
El Premio a la mejor fotografía ha sido para Christopher Blauvelt por The Mastermind, “por el refinamiento de sus atmósferas” y por acompañar con la luz la propuesta de Kelly Reichardt.
Incomprensible totalmente. Hay películas con mejor fotografía y con una belleza formal incuestionable.
Un premio muy loco.
El Premio Miguel Delibes al mejor guion ha sido para Fernando Franco y Begoña Arostegui por Subsuelo, que el jurado define como
“una bomba de relojería llena de giros impactantes y revelaciones silenciosas que desafía hábilmente las expectativas del público”.
Y el Premio José Salcedo al mejor montaje ha sido para Nili Feller por Yes, película que el jurado ha descrito como
“tanto un rompecabezas como un desafío mental”
y cuyo montaje “brillante y preciso” permite sumergirse en “el universo abismal de uno de los cineastas contemporáneos más fascinantes y audaces”.
Un balance de oro (y de palomitas)
José Luis Cienfuegos puede respirar: la edición 70 ha sido un éxito de público y de imagen.
Valladolid confirma que sigue siendo una plaza fundamental para el cine de autor, ese que a veces parece que no interesa pero luego llena las salas cuando se programa con cariño.
La Seminci 70 será recordada por tres cosas: el récord de público, el empate histórico en la Espiga de Oro y el reconocimiento a un cine político, sensible y muy humano.
Epílogo de sobremesa sobre el Palmarés:
Dos Espigas de Oro, récord de público, jurado eufórico, cine argentino resistiendo, Kelly Reichardt y Lav Diaz en lo más alto…
Si esto fuera un informe clínico, pondríamos: “el cine presenta buen estado general, responde a estímulos y se recomienda revisión anual en Valladolid”.
Nos veremos en 2026, con más cine, más salas llenas y, si puede ser, sin subir cuestas como en Sitges.
¿Cómo me ha ido por esta Seminci? Crónica de un médico-cinéfilo feliz
Buen ambiente, buen cine y buenos amigos.
Este año mi paso por la 70ª Seminci ha sido un auténtico acierto.
Vine directamente del Festival de Sitges, donde todo fueron inconvenientes, cuestas y frío en el Auditori.
Y aquí, en cambio, he encontrado un ambiente cálido en las salas, con un público entregado que llenaba los cines, los teatros, el Teatro Calderón, el Teatro Carrión, el Teatro Zorrilla, el Fundos y los cines Broadway, incluso en las sesiones de por la mañana.
Un público que lo adora, que vive la Seminci con fervor y que la sigue con auténtica pasión.
El ambiente en las salas ha sido, sencillamente, estupendo.
El confort también cuenta
Otra cuestión muy positiva de esta Seminci es que el apartamento lo teníamos a menos de 200 metros del Teatro Calderón, donde se proyectaba la mayor parte de las películas.
Un total acierto.
El Calderón es un sitio precioso, las butacas son aceptables, la pantalla se ve sensacional y las proyecciones son estupendas.
Este año hemos evitado algunos de los cines que otros años teníamos que padecer, como el Cine Cervantes, donde pasábamos calor, nos dolía la espalda y sufríamos bastante.
Un total acierto haber evitado esa sala.
Por otro lado, Valladolid es una ciudad preciosa, en la que se camina fenomenal, se puede pasear y se come estupendamente… y barato.
No como en San Sebastián o en Sitges.
Hay un restaurante, el Restaurante Colombo, que está a pocos metros del Teatro Calderón, donde por 15 euros se come un menú del día extraordinario: comida casera, bien confeccionada, donde te vas satisfecho y contento.
La atención de los camareros y del dueño es excepcional, y siempre nos han tratado con mucho cariño.
Entre amigos y consultas improvisadas
Estos días he podido disfrutar de la compañía de mis amigos, y también he tenido que ejercer como médico, asistiendo cistitis, gastroenteritis, cuadros catarrales y consultas médicas diversas, dentro de las posibilidades que me da no estar en mi consulta.
He atendido estos requerimientos en la platea de un teatro, en medio de la calle o en un set de periodistas.
Medicina de urgencia, pero con glamour festivalero.
Balance cinematográfico: 33 películas y una sonrisa
Respecto a las películas, no he visto demasiadas.
Haciendo el recuento, me salen 33 películas visionadas, y puedo decir que de todo lo que he visto, lo que más me ha gustado ha sido la serie Yakarta, de Diego San José, que vi el último día.
Fue la última proyección que vi en el Teatro Zorrilla, donde acudió todo el equipo a presentarla, y fue un momento gratísimo.
La serie la vimos de tirón: tres horas y media, seis capítulos divididos en 30-40 minutos cada uno, donde disfruté una barbaridad con Javier Cámara en estado de gracia.
Películas que me dejaron huella (y otras que no tanto)
Me ha llamado mucho la atención que en el palmarés no haya producciones españolas.
Cuando pudimos ver Golpes, de Rafael Cobos, una película de policías y ladrones magníficamente interpretada por Jesús Carroza, que se ha ido de vacío, y que a mí me parece una de las películas españolas del año.
Siempre es invierno, de David Trueba, con David Verdaguer de protagonista…
Los dos David parecen destinados a formar dúo después de haber presentado hace algunas temporadas Saben aquel que diu. Están excelentísimos en su película.
Good Boy, de Jan Komasa, es una película muy divertida que habla de la redención y de encontrar una familia. Excelente también.
Sorry, Baby, de Eva Victor, afortunadamente se ha llevado el premio a la mejor interpretación, porque es una película excelente y muy sentida desde la sencillez.
Por supuesto, no hay que dejar de mencionar a los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, que presentaban Jeunes mères (traducida fatalmente en España como Recién nacidas), una película estupenda que enlaza con La maternal, de Pilar Palomero, que también se ha ido de vacío.
Orphan, de László Nemes, es una película complicada de ver, pero visualmente muy atractiva, con un diseño de producción y artístico tremendo, que también se ha ido sin nada.
Afortunadamente, Silent Friend, de Ildikó Enyedi, ha tenido algún premio. Es una película protagonizada por un bicentenario ginkgo biloba, que nos habla de cuestiones muy profundas: del paso del tiempo, de la ciencia, de la trascendencia y de la comunicación entre los seres vivos.
Rental Family, de la japonesa Hikari, también se ha ido de vacío.
Es una película protagonizada por Brendan Fraser, muy divertida, que nos habla de cómo las mentiras pueden construir felicidades.
A mí me gustó mucho.
Giant, una producción británica de Rowan Athale, nos cuenta el ascenso, gracias a su mánager —el siempre eficaz Pierce Brosnan—, de un boxeador yemení que llega a ser campeón mundial. Es una historia de boxeo y lucha, pero también de traiciones.
Tres adioses, de Isabel Coixet, una producción italiana titulada Tre ciotole, nos habla de los días contados de una mujer despeinada desde un punto de vista sentimental (no médico, por suerte).
Y podía seguir, claro: La noche está marchándose ya, de Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini, que afortunadamente sí se ha llevado alguna espiga, nos habla del crepúsculo de muchas cosas relacionadas con la cultura en la Argentina actual.
No quiero olvidarme de Dos fiscales, de Sergei Loznitsa, una película que retrata lo implacable del sistema soviético, donde la justicia se desvanecía ante la maquinaria opresiva de la NKVD, esa policía que lo controlaba todo. Cine duro, pero necesario.
Las decepciones
De entre todo lo visto, las que menos me han convencido también merecen su mención.
The Mastermind, de Kelly Reichardt, que se llevó la Espiga de Oro, me parece una película bastante mediocre.
Y de todas, la que más me ha decepcionado, la que peor me ha parecido, ha sido la italiana Duse de Pietro Marcello: una película absolutamente insoportable, gritona y sin alma. Un suplicio de principio a fin.
Epílogo: volveré
El festival, estupendo.
Igual que de Sitges volví destrozado, de Seminci vengo encantado.
He disfrutado de buen cine, buena comida, buenos amigos y una ciudad que te trata con cariño y te hace sentir en casa.
Valladolid, una vez más, ha demostrado que el cine se puede vivir con pasión, cercanía y alegría.
Del frío de Sitges al calor vallisoletano. Así da gusto ser cinéfilo.
Las películas del Festival de mejor a peor:
Valoraciones personales de la Seminci 2025 — Ramón Bernadó
Película Seminci
Título holasoyramon
Puntuación
Yakarta – Serie TV – 2025 – Diego San José (Creador)
Nadie se acuerda del segundo.
9,79
Golpes – 2025 – Rafael Cobos
Ladrones y policías.
8,79
Siempre es invierno – 2025 – David Trueba
Un calandés en Lieja. El hombre que odiaba demasiadas cosas.
Diego San José Castellano (Irún, 1978) es guionista, creador y ocasional director, considerado uno de los grandes nombres de la comedia española contemporánea.
Comenzó su carrera en televisión con Vaya Semanita y El Intermedio, donde afinó su humor costumbrista y político.
Alcanzó el éxito masivo al coescribir Ocho apellidos vascos (2014) y su secuela, que revolucionaron la taquilla española.
También firmó los guiones de Fe de etarras (2017), Superlópez (2018) y la serie Vota Juan junto a Javier Cámara, explorando con ironía la mediocridad del poder.
En 2024 estrenó Celeste, sobre una inspectora de Hacienda con una estrella pop entre ceja y ceja.
Su comedia se caracteriza por la observación social, el humor de situación y la ternura hacia personajes torpes o desubicados.
Admite influencias de Billy Wilder, Azcona y Armando Iannucci.
Es un defensor de la comedia “del hambre”, aquella que nace de la precariedad más que del lujo.
Vemos en el teatro Zorrilla de Valladolid esta serie dentro de la Seminci.
Una oportunidad única de disfrutarla en pantalla grande.
Asisten sus participantes más destacados: Diego San José, Carla Quílez, Javier Cámara, Elena Trapé…
Presentan brevemente la serie y reciben un prolongado aplauso después de tres horas y media de proyección sin descansos.
Unos aplausos más que merecidos.
San José abandona su tono habitual de comedia, para adentrarse más en el drama, aunque con toques de humor que aligeran el peso de la trama.
Se maneja bien mostrando emociones y sus directores saben crear situaciones, que pueden hacer brotar lágrimas de espectadores sensibles, como un servidor.
Es la historia de un perdedor, que sigue luchando por sobrevivir y por triunfar.
Marcado por sucesos traumáticos en su infancia y por el abandono de amigos en la juventud, intenta desesperadamente encontrar ese mirlo blanco que le saque de la mediocridad y de la frustración.
Javier Cámara compone este personaje con una credibilidad apabullante, desde el más puro sentimiento.
Un personaje que tiene sus puntos oscuros, al que puedes despreciar y compadecer.
Le da la réplica una Carla Quílez –La maternal (2022)- en estado de gracia, que a pesar de su juventud, se enfrenta al monstruo de la interpretación que es Cámara, con energía y valentía.
Los dos nos ofrecen escenas brillantísimas.
San José nos vuelve a embriagar, con esta serie, que se puede ver de tirón sin que sintamos ganas de ir al servicio en ningún momento.
László Nemes (Budapest, 1977) es un director y guionista húngaro conocido por su mirada intensa y su dominio del fuera de campo.
Su debut, El hijo de Saúl (2015), ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera por su retrato claustrofóbico del Holocausto.
Después dirigió Atardecer (2018), una inmersión visual en el caos previo a la Primera Guerra Mundial.
Su cine es exigente, sensorial y obsesivo: te arrastra dentro de la historia… aunque a veces te deje sin aire.
La Seminci nos ofrece esta película que pasó por Venecia.
László Nemes sabe componer planos sorprendentes, desde perspectivas inusuales, que crean en el espectador una desagradable sensación de incomodidad. Por ello muchos asistentes a sus películas se pueden sentir molestos y sus relatos se convierten en desasosegantes y desagradables.
Con un diseño de producción apabullante, nos relata la posguerra en la Hungría soviética, a través de la mirada de un niño, del que vamos descubriendo, al mismo tiempo que él, su complejo pasado.
Estamos acostumbrados a ver al actor normando Grégory Gadebois dar vida a personajes tiernos y bonachones –Angèle y Tony (2011), Delicioso y Maria Antonieta (2023)-. Aquí interpreta a un carnicero desagradable con bajo control de impulsos. Un personaje que no se olvida y que es carne de premios.
Bojtorján Barabas compone el personaje de Andor, a través de su mirada rebelde contemplamos el abandono, la desolación y la ausencia de referentes. Un niño que despierta ternura y repulsión al mismo tiempo.
Una película difícil de digerir, pero sensacional.
Rowan Athale es un director y guionista británico nacido en 1981, conocido por su mezcla de drama social y cine de género.
Debutó con Wasteland (2012), un thriller criminal ambientado en el norte de Inglaterra, y después dirigió Strange But True (2019), con Margaret Qualley y Amy Ryan.
También ha trabajado en televisión en series como Gangs of London.
Su estilo combina realismo británico con giros oscuros y una elegancia visual poco habitual en el thriller indie.
Esta película enfrenta a dos personajes interpretados por Pierce Brosnan y Amir El-Masry.
A Brosnan lo conocemos todos.
De Amir El-Masry os puedo contar que es un actor egipcio-británico formado en la LAMDA y conocido por su papel protagonista en Limbo (2020), por el que ganó el BAFTA escocés al mejor actor.
También interpretó a Mohamed Al-Fayed joven en The Crown y apareció en Star Wars: The Rise of Skywalker.
Se ha destacado por elegir papeles que rompen estereotipos sobre personajes árabes.
El film nos relata la relación durante décadas entre el entrenador y el boxeador.
Una historia vista ya en pantalla, que refleja bien lo que ocurre en la realidad.
El entrenador que consigue construir una estrella de un diamante en bruto y que es abandonado cuando su pupilo consigue el éxito.
Ya con el primer plano secuencia de un combate de boxeo la película me cautivó. Lo mejor de todo es que el resto del metraje no me decepcionó.
Es un relato bien construido, bien contado, que emociona y engancha.
Las escenas de los combates no agotan, están bien medidas y filmadas de manera diferente.
Tenemos la reflexión de que el dinero hay que saberlo gastar. Qué tener cuatro Lamborghinis en la puerta de mansión no te hace más feliz.
Lo importante no es lo que tengas, sino con quien lo compartes.
Un calandés en Lieja. El hombre que odiaba demasiadas cosas.
David Trueba (Madrid, 1969) es uno de esos cineastas que escriben con la misma naturalidad con la que respiran.
Hermano de Fernando Trueba, ha construido una filmografía tan personal como honesta, donde el humor melancólico y la ternura cotidiana van de la mano.
Debutó con La buena vida (1996) y consolidó su voz con títulos como Soldados de Salamina (2003), Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013, seis Premios Goya) o A este lado del mundo (2020).
Sus películas hablan de gente corriente, amores torpes y pequeñas victorias emocionales, siempre con ese toque de ironía madrileña tan suya.
En resumen, Trueba es el cronista amable de la España moderna: un tipo que mira la vida con cariño, sin épica, pero con mucho corazón (y con una guitarra de fondo, si hace falta).
Trueba se basa en una novela suya para componer este film – Blitz (2015)-.
Es el relato de una ruptura y de una reconstrucción.
David Verdaguer da vida a un arquitecto paisajista en horas bajas personal y profesionalmente.
Trueba intenta que Verdaguer abandone su eterno rol de catalán triste, para interpretar a un turolense de Calanda, de los que rompe la hora a base de golpear tambores.
Por cierto, la recreación que realiza de ese momento es bastante penosa. Se nota que no ha vivido esa experiencia. Tal vez, solo haya visto vídeos.
Estamos ante una película triste, melancólica, fría ambientalmente, pero cargada de sentimientos.
Me horroriza pensar que alguien pueda dudar de la relación del personaje de Verdaguer con el de la francesa que compone una estupenda Isabelle Renauld. Si hubiera sido chica joven con señor maduro nadie la hubiera cuestionado.
Muchas son las virtudes de este film, que puede tener carrera comercial y en los Goya, pero destaco la magnífica interpretación de Verdaguer, la buena construcción de los personajes y el optimismo de un relato, que es triste, pero esperanzador.
Siempre es agradable ver a Vito Sanz en pantalla, aunque sea unos minutos.
Reconozco a mi amiga, la productora Rosa Pérez en un pequeñísimo papel.
Un mensaje claro: no odies nada, vivirás más feliz.
Un deseo: qué nunca se te cruce en tu vida un cantautor uruguayo.
Estudió cine en la New York University y posee un máster de guion por la Columbia University.
Su cortometraje Forastera (2020) fue seleccionado en festivales importantes como la Semana de la Crítica de Cannes.
Ahora presenta la versión en largo en la Seminci.
Una película que nos habla de cómo afrontar el duelo ante la muerte inesperada de la abuela.
Es curioso que la nieta, a la que da vida de manera formidable Zoe Stein, sabe tratar de forma más adecuada a su abuelo, que su madre que lo reprende como si fuera un niño.
Una película sencilla, con pocos personajes, en un único escenario, un chalé con unas vistas al mar impresionantes.
Huo Meng es un director y guionista chino nacido en 1979, conocido por su estilo sobrio y humanista.
Debutó con Crossroads (2014), pero alcanzó reconocimiento internacional con The Innocent (2018), una emotiva reflexión sobre la culpa y la redención en la China contemporánea.
Su cine se caracteriza por los silencios, los planos largos y una gran sensibilidad hacia la vida cotidiana.
Es de esos directores que hablan bajito… pero te dejan pensando mucho rato.
Seguimos a este niño Chuang, que interpreta eficazmente Wang Shang, para presentarnos las defunciones, las bodas, las cosechas, las peticiones de mano, las celebraciones de una familia china en 1991, cuando llegaba la mecanización al campo.
Estamos ante una película costumbrista, más que etnográfica.
Hay escenas muy Berlanga, donde todos los actores se mueven y hablan a la vez con una cámara que se mueve siempre de manera adecuada. Una coreografía de voces y personajes perfecta.
Con una fotografía brillante y bonita, se nos presenta esa zona rural, a veces verde, a veces terrosa, otras cenagosa.
Los niños juegan felices, se ensucian, colaboran, lloran, viven,
También en esa localidad hay tonto del pueblo, al pobre le dan por todos lados.
Jan Komasa (Varsovia, 1981) es un director y guionista polaco conocido por su energía visual y su mirada crítica sobre la sociedad moderna.
Alcanzó fama internacional con Corpus Christi (2019), nominada al Óscar, y ya antes había destacado con Sala de suicidas (2011) y Varsovia 1944 (2014).
Su cine mezcla lo espiritual y lo violento con una puesta en escena potente y emocional.
Es un autor joven con alma vieja… y con más nervio que un confesionario lleno.
Aquí seguimos a Tommy un gamberro desbocado y pendenciero, que se mete decalitros de alcohol y gramos de droga, para desparramar sin conocimiento.
Una familia “lo acogerá” para obtener su “redención“.
Una película muy potente, que no deja de sorprendernos durante todo el metraje.
Mezcla acción, humor y drama. Podría haber estado en Sitges, pero resulta estimulante verla en la Seminci.
Se pueden sacar muchas moralejas, pero todas son spoilers. Mejor verla.
Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini son dos directores y guionistas argentinos que suelen trabajar en tándem.
Se dieron a conocer en el circuito independiente con Los hiperbóreos (2022), una mezcla de thriller y comedia absurda con ecos kafkianos.
Su cine destaca por el humor negro, el surrealismo y un estilo visual muy artesanal.
Son de esos creadores que disfrutan retorciendo la realidad… y haciéndote reír mientras no sabes si estás soñando o viendo una película.
Aquí nos ofrecen la historia de Pelu un proyeccionista de un Cine Club en decadencia, que pierde su trabajo y se reincorpora como vigilante de seguridad nocturno.
Poco a poco irá haciendo del viejo cine su morada, que irá abriendo a sin techos y gorrillas.
Una película rodada en un duro blanco y negro, en la que se nos habla de la precariedad, de la imposibilidad de acceder a una vivienda, del declive del cine en salas, del auge de los directos en la red, de la solidaridad entre los pobres…
Un drama salpicado de buenas notas de humor, donde su protagonista se limita a sobrevivir. No es un héroe, ni un fracasado, es un superviviente.
Durante la película nuestro personaje principal, solo o acompañado de amigos, visiona unas cuantas películas que se pueden descubrir durante el metraje. Lo que le confiere al film un doble espíritu cinéfilo.
Rebuscando en internet he encontrado que se pueden descubrir estas pelis:
Los tallos amargos (1956) de Fernando Ayala.
La venganza del bergantín (Wake of the Red Witch, 1948) de Edward Ludwig con John Wayne.
Un día en el campo (Une partie de campagne, 1936) de Jean Renoir.
Un dólar marcado (Un dollaro bucato, 1965) de Giorgio Ferroni.
Fueros humanos (Man’s Castle, 1933) de Frank Borzage.
Nobleza obliga (Ruggles of Red Gap, 1936) de Leo McCarey.
El hombre equivocado (The Wrong Man, 1956) de Alfred Hitchcock.
Buenos días (Ohayô, 1959) de Yasujiro Ozu.
Una buena selección en una excelente película cargada de mensajes y de buen humor, a pesar de la tragedia.
Un film muy argentino que nos cuenta bien la desesperanza cultural en la era Milei.
Pere Vilà i Barceló (Girona, 1975) es un director y guionista catalán de tono íntimo y mirada humanista.
Debutó con Pas a nivell (2007) y consolidó su prestigio con La lapidation de Saint Étienne (2012) y La fossa (2018), donde aborda temas como la memoria, la vejez y la dignidad.
Su cine es pausado, sobrio y profundamente empático, más cercano a la poesía que al espectáculo.
Es de esos directores que filman el alma… sin levantar la voz.
Ahora nos relata de forma minuciosa la evolución psicológica de una chica que ha sufrido un abuso sexual.
Desde el desánimo inicial no comprendido por ella misma, pasa a la aceptación de la realidad de los hechos, seguirá por el duelo, para terminar en la superación.
Este proceso es relatado concienzudamente por Pere Vilà, insertando imágenes bucólicas, que parecen sacadas de los documentales del National Geographic.
Es preciso avisar al espectador que este film dura 180 minutazos, que su ritmo es lento, que la poesía de las imágenes intercaladas entre los diálogos obliga a un ejemplar ejercicio de paciencia. ¡Vamos que no es una película de John Wick!
Pero salvando estas dificultades, se nos ofrece un filma que analiza las relaciones tóxicas y los actos sexuales no consentidos dentro de una relación y las consecuencias que ello acarrea.
Hay diálogos potentes y necesarios.
Producida de manera muy austera con tan solo cuatro actores, abusando de primeros planos, con continuos desenfoques y usando sonido directo, sin música que realce sentimientos. Una austeridad formal, que, a veces, es efectiva y, otras veces, irritante.
Su director defiende su metraje, pero es un inmenso lastre para su comercialidad.
Propongo una versión recortada de 90 minutos. Un buen montaje puede crear un film más potente y efectista.
¿De qué sirve hacer una gran película con un formidable mensaje si sus características van a impedir que sea vista?
Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960) es uno de los grandes nombres del cine alemán contemporáneo y figura clave de la llamada Escuela de Berlín.
Su cine, elegante y emocionalmente contenido, indaga en la identidad, la culpa y el desarraigo.
Ha firmado obras destacadas como Bárbara (2012), Phoenix (2014), En tránsito (2018) y Afire (2023).
Petzold filma el amor como si fuera un fantasma que nunca termina de irse… y que, encima, te deja las llaves de casa.
Laura, una estudiante de piano, a la que da vida la alemana Paula Beer, sufre un accidente. Es recogida y cuidada por una extraña mujer con una casa al lado de un camino rural.
Las dos mujeres están tocadas por la vida. Gran parte del interés de la película está en el misterio que esconden.
Las dos se ayudarán a sanar…
Una película compuesta desde el relato de los hechos, con el fondo de los sentimientos.
La mirada profunda y penetrante de Paula Beer y la ternura de su auxiliadora, interpretada por Barbara Auer, son el mayor atractivo de este film.
La actriz y directora estadounidense Kristen Stewart nació el 9 de abril de 1990 en Los Ángeles, California.
Su salto al gran público llegó con su papel de Bella Swan en la saga The Twilight Saga (2008-2012), que la convirtió en un fenómeno mundial.
Desde entonces ha buscado proyectos más personales e independientes: su trabajo en películas como Clouds of Sils Maria (2014) le valió el César a Mejor Actriz de Reparto, siendo la primera actriz estadounidense en lograrlo en décadas.
En 2021 fue nominada al Óscar a Mejor Actriz por su interpretación de la princesa Diana enSpencer(2021).
Más recientemente ha dado el salto detrás de la cámara y debutado como directora con The Chronology of Water (2025), lo que refuerza su transición hacia un papel creativo más amplio en el cine.
En resumen: Kristen Stewart pasó de ícono juvenil de masas a actriz del “otro cine” con inquietudes autorales… y ahora también directora.
La ópera prima de Kristen Stewart, basada en las memorias de Lidia Yuknavitch, es una experiencia sensorial intensa, por momentos fascinante y, otras veces, agotadora.
The Chronology of Water sigue el descenso emocional de una nadadora marcada por el trauma, el abuso y la autodestrucción.
La protagonista —interpretada con una entrega brutal por Imogen Poots— se convierte en un cuerpo que flota entre la memoria y la culpa, y su dramatismo resulta tan poderoso que casi duele mirarla.
Stewart filma con una mirada febril y poética, sin miedo a lo incómodo.
Cada plano es una inmersión en la mente rota del personaje, y ahí la película encuentra su mayor fuerza: en esa verdad desgarrada que nunca se disfraza.
Pero, y aquí llega el pero, el film abusa de los efectos sonoros estridentes.
Los ruidos metálicos, los zumbidos, los estallidos eléctricos… acaban ahogando lo que la imagen ya transmitía con fuerza. Es como si el dolor necesitara subrayarse con megáfono.
Aun así, The Chronology of Waterconfirma que Kristen Stewart no ha llegado a la dirección para pasar desapercibida.
Es cine extremo, torpe a veces, pero con una autenticidad rara.
Un debut que suena demasiado alto, sí, pero que deja huella.
Cuando los fantasmas son más majos que aterradores.
Julian Radlmaier (nacido en Núremberg, Alemania, en 1984) es un director y guionista con un estilo tan irónico como político.
Formado en la dffb (Escuela Alemana de Cine y Televisión de Berlín), ha firmado películas como Self-Criticism of a Bourgeois Dog (2017), Blutsauger (Vampir comunista) (2021) y Aus meiner Haut (2024).
Su cine combina marxismo, humor absurdo y estética retro con una elegancia muy berlinesa.
Es como si Godard se hubiera apuntado a un curso de sarcasmo con Marx de profesor.
Esta cinta de Julian Radlmaier, Phantoms of July, se paseó por el Festival de Locarno dentro de su sección de competición, lo cual ya le da un plus de “película de autor” que luego el público quizás no sintió del todo.
Lo que encontramos es un producto simpático: dos mujeres que se sienten atrapadas —una camarera alemana, otra youtuber iraní—, una “caza de fantasmas” en la montaña, encuentros inesperados y un toque de fantasía ligera.
Ahora bien: lo intranscendente le queda como un guante. No porque carezca de intención —que la tiene: habla de soledad, clases sociales, migración— sino porque el tono juguetón y disperso no termina de cuajar en algo profundo o duradero.
Visualmente, Radlmaier juega con escenarios tan concretos como el Este alemán, y los personajes tienen su encanto, pero la película nunca se toma muy en serio la urgencia de sus propias preguntas: las deja flotar, como quien prefiera que el espectador las sienta en vez de resolverlas.
Lo cual no está mal: hay cine ligero que busca divertir más que agitar, y en ese sentido Phantoms of July cumple.
Pero si esperas que te remueva por dentro, que te cambie de sitio, igual sales con la sensación de haber paseado sin destino.
Resumiendo: una película simpática, agradable de ver, discreta, con momentos bonitos y buen rollo entre las imágenes, pero que al volverse a apagar la luz de la sala no deja huella profunda.
Para ver con amigos, palomitas, buen ánimo… pero no para una sesión introspectiva.
Max Walker-Silverman es un director y guionista estadounidense nacido en Colorado, conocido por su sensibilidad poética y su amor por los paisajes rurales.
Su primer largometraje, A Love Song (2022), protagonizado por Dale Dickey y Wes Studi, fue aclamado en Sundance por su sencillez y ternura.
Antes había dirigido varios cortos ambientados en el oeste estadounidense.
Su cine respira silencio, polvo y emoción contenida: como un atardecer en el desierto… con el corazón un poco roto.
Este director nos ofrece en la Seminci la historia de un granjero que lo ha perdido todo por un incendio forestal.
Habla del fracaso, de las dificultades para resurgir en el paraíso capitalista.
Habla de la solidaridad entre los pobres y de cómo la sociedad actual ha domesticado a los “miserables” que ya no piden la revolución, ni se revuelven ante la adversidad, sino que se resignan ante ella e intentan simplemente sobrevivir.
Walker-Silverman realiza un buen retrato de los personaje consiguiendo una buena interpretación de británico Josh O’Connor, a pesar de su eterna cara de tonto.
Ildikó Enyedi (Budapest, 1955) es una directora y guionista húngara de mirada poética y profundamente humanista.
Ganó el Oso de Oro en Berlín con En cuerpo y alma (2017), una historia de amor tan delicada como extraña ambientada en un matadero.
Ya había dejado huella con Mi siglo XX (1989), que obtuvo la Cámara de Oro en Cannes.
Su cine combina realismo y fantasía con una sensibilidad única: parece rodar los sueños… pero con los pies descalzos en la tierra.
El nombre completo del árbol que protagoniza esta película es Ginkgo biloba, tal cual: “ginkgo” es el género y “biloba” la especie.
También se le conoce como árbol de los cuarenta escudos o árbol del templo, y es famoso porque es una especie muy antigua, casi un fósil viviente, originaria de China.
Vamos, que lleva en pie desde antes de que existieran los dinosaurios… y ahí sigue, tan campante.
Ildikó Enyedi convierte la ciencia en poesía, y a Tony Leung Chiu-Wai en su médium más silencioso.
La directora húngara Ildikó Enyedi vuelve con Silent Friend, una película que se atreve a fusionar la botánica, la neurociencia y la filosofía del alma vegetal.
Tres historias, tres épocas y un solo protagonista inmóvil: un majestuoso ginkgo biloba que observa cómo cambian los humanos a su alrededor, sin moverse un ápice.
Desde un punto de vista científico, la cinta plantea un interrogante fascinante: ¿pueden los árboles tener una forma de conciencia?
En la parte contemporánea, Tony Leung Chiu-Wai interpreta al doctor Tony Wong, un investigador de Hong Kong que, en plena pandemia, intenta registrar la actividad eléctrica del árbol como si buscara en él una inteligencia alternativa.
Su interpretación es impecable: contenida, elegante, llena de matices. Uno de esos papeles en los que su silencio dice más que cualquier monólogo.
El film, sin embargo, no es fácil. Su estructura tripartita, que salta entre 1908, 1972 y 2020, apuesta más por la resonancia simbólica que por la claridad narrativa.
El resultado es tan hermoso como difuso: planos sublimes, ritmo hipnótico y una narración que a veces parece perderse entre hojas y raíces.
La fotografía de Gergely Pálos es un prodigio.
Cada era se filma con una textura distinta —del blanco y negro al digital—, y el árbol se convierte en el verdadero protagonista, filmado con una reverencia casi mística.
Silent Friend exige paciencia, pero recompensa con una experiencia visual y sensorial poco común.
Es una obra que no se mira, se contempla.
Y en medio de ese silencio, Tony Leung brilla con la luz tranquila de los grandes intérpretes.