No puedo remediarlo las apocalipsis me entusiasman.
Aquí el elemento perturbador de la Fuerza en una especie de sombra, que el que la ve queda dominado por instintos autolíticos. Lo que aporta buenos momentos gores.
Interesante que los malos, los psicópatas, se vuelvan servidores de ese extraño poder.
El guión resulta lo bastante retorcido como para que sea muy interesante.
Tal vez, solo sea una vuelta de tuerca más a la misma idea, pero es una vuelta de tuerca novedosa.
Al final la trama es una road movie en barca que cambia la vida de los tres supervivientes.
El happy end ayuda a su comercialidad, aunque su trayecto narrativo es bastante cruel.
La multioperada Sandra Bullock hace bien su papel de sufridora (por enésima vez). Nunca me gusto esta actriz. Lo siento.
M. Night Shyamalan ha tenido momentos brillantes en su carrera y otros mucho menos vistosos.
Hace 19 años cuando se estrenó El protegido me convertí en incondicional de esa película.
Para mí el retrato más fiel y sincero de un super-héroe.
Bruce Willis encarnaba a un individuo corriente, un poco triste, que descubría que no era normal.
El mundo del cómic se encarnaba en la realidad.
Esto Shyamalan lo hacía antes del ataque de las Torres Gemelas, antes que el mundo necesitara salvadores y los super-héroes tuvieran una razón para existir, para llegar a librar al mundo de la catástrofe del mal.
Siempre he defendido que El protegido es la mejor peli de super-héroes, por ello cuando me enteré hace meses de una secuela de la peli de hace casi dos décadas me puse en tensión.
La aparición de David Dunn al final de Múltiple me confundió.
El director de origen indio, aunque criado en los USA, pensaba cerrar dos películas con una secuela común.
Un reto difícil.
Había muchos riesgos. El primero que el realizador perdiera su sello personal y se adaptara a las modas actuales en las que la acción lo ocupa todo y los personajes solo estuvieran al servicio de las peleas y el segundo ejecutar un bodrio aburrido, que no gustara ni a los incondicionales de su filmografía.
Pero, contra todo pronóstico, sale airoso de este envite.
Sabe dar vida a los personajes, cuestionar y que se cuestionen su propia identidad, y crear una historia consistente, al ritmo que el director marca, con la acción necesaria, pero sin que coma el fondo, todo ello con elegancia con una cámara bien colocada.
Además vuelve a enlazar el mundo del cómic con sus personajes, presentando a los tebeos como verdaderos comunicadores de una realidad que aparece oculta a la opinión pública y que un grupo de intereses quiere mantener en el anonimato, desterrando al cómic al infierno de la subcultura, como un ámbito reducido a un grupo de frikis que más que respeto precisan atención psiquiátrica.
Siempre he sido fan de Bruce Willis, uno de los mejores actores de la historia del cine, despreciado por el culturetismo imperante, al que espero y deseo que el tiempo ponga en su sitio.
Aquí está comedido y reposado, siguiendo perfectamente la estela que marcó en el año 2000.
James McAvoy da un recital de histrionismo al servicio perfecto de su personaje. Ayuda mucho ya conocerlo de Múltiple. Un auténtico derroche de energía. Tan agotador como fascinante.
Don Cristal es un personaje que me apasiona. No tiene poderes, tiene super-defectos, pero con una inteligencia y una astucia privilegiadas.
Samuel L. Jackson lo tiene fácil con su interpretación, con cuatro muecas bien dosificadas cumple a la perfección.
Esta trilogía que ahora se completa es para mí sencillamente perfecta.
Hollywood es sobre todo una industria donde lo prioritario es sacar beneficios. Lo artístico se lo dejan a los europeos.
Esta vez la ocurrencia, recogiendo la moda del feminismo, es hacer una peli con la ya muy usada trama de robo en grupo.
Quiero que se me entienda bien. Al decir “moda del feminismo” no expreso sino que es un tema que está de actualidad, que debería haber sido fundamental desde hace muchos años.
A los productores de La Meca del Cine les ha debido de parecer gracioso juntar a unas cuantas actrices de primera fila, más o menos, y emplear un esquema ya probado. En una especie de feminismo de falda de tubo y tacón alto.
Ocean’s 8, siendo muy generoso, resulta ser una payasada intrascendente y aburrida.
Repleta de tópicos, de diálogos insulsos y sin chispa.
Se trata al espectador como retrasado mental ofreciendo un guión desquiciante y desquiciado, repleto de artificios y de trucos patéticos.
Se supone que estas señoritas van a hacer el atraco perfecto con una trama que es pura eme (con perdón).
He de reconocer que Sandra Bullock nunca me ha caído bien, ahora intervenida por el mismo cirujano plástico que todas y con la misma cara que todas, me cae aún peor. Nunca ha tenido gracia, pero aquí menos aún.
Salvo a Anne Hathaway que por una vez deja de hacer de chica debilucha (floja) y se muestra como una femme potente, descubriendo su cara más atractiva de malota. Por cierto, sin operar.
No es una peli, es un despropósito que lejos de ser feminista arrastra un tufillo a rancio de lo más desagradable.
Si te fijas en la foto de abajo de la premiere, la única que parece satisfecha y contenta es la Hathaway. A las demás de las ve incómodas.
Como buen cinéfago me gusta ver pelis, pero también me gusta saber de cine. ¿Será eso cinefilia?
La combinación perfecta es el género del cine dentro del cine.
Cuenta la historia de la legendaria rivalidad entre dos de las más grandes estrellas de todos los tiempos, Joan Crawford y Bette Davis, centrándose sobre todo en la relación de ambas actrices, en 1962, en una película que esperaban relanzara sus carreras: “¿Qué fue de Baby Jane?“.
La relación entre estas dos grandes actrices fue tormentosa, mezclándose sentimientos de odio, envidia y admiración.
Pero la serie habla también del crepúsculo de la vida. En este caso asociado al final de una carrera.
Lo duro que es haber sido una gran estrella y terminar con papeles mediocres en producciones de tercera, mientras ven que su belleza (la que da la juventud) se disipa.
El tercer gran personaje de esta serie es el gran director Robert Aldrich, un todo terreno de Hollywood que funcionó bien en todos los géneros, en eso que se dio en llamar artesanos del viejo cine de estudios.
Interesantísimo también el ambiente de los rodajes y las situaciones que se presentan.
Una serie que todos podemos disfrutar, pero los cinéfilos terminarán entusiasmados.
Muy divertido ir identificando a las estrellas que aparecen.
No me puedo olvidar de los tres actores principales, Jessica Lange, Susan Sarandon y Alfred Molina, inconmensurables.
Se trata de una biografía de J.D. Salinger, el escritor de El guardián entre el centeno.
Esta novela no ha sido llevada al cine por expreso deseo de su autor.
No conocía nada de este novelista y la peli me ha interesado.
La parte inicial en la que recibe aprendizaje de su maestro y mentor interpretado por un poderoso Kevin Spacey es muy potente, con momentos brillantes.
Se aprende mucho de cómo ser escritor.
La peli decae cuando el personaje protagonista pasa por su crisis personal después de la Segunda Guerra Mundial, el film también entra en crisis.
El tercio final resulta muy episódico, debilidad de todos los biopics.
Lo dicho, me gustó conocer de este personaje, del que desconocía todo.
Spielberg está empeñado en retratar la historia de Estados Unidos.
Por cierto, piensa hacer Indiana Jones 5y después un remake de West Side Story. ¡Qué Dios nos proteja!
La peli comienza con poco interés, un poco cansina, pero el maestro de Cincinnati consigue darle un ritmo progresivo, convirtiéndola en una película muy interesante.
Se trata de una precuela de la añorada Todos los hombres del presidente de 1976 dirigida por Alan J. Pakula.
Plantea cuestiones de plena actualidad, como el papel de la prensa en una democracia, la influencia de los poderes fácticos en la información, las obligaciones de los periodistas a informar.
Katherine Graham (Meryl Streep) es la dueña de The Washington Post, se enfrenta a una difícil decisión. Una mujer que hasta ese momento no había cogido las riendas de su vida, ni de su periódico decide hacer “lo correcto”.
Hanks solvente y la Streep impresionante.
Una estupenda peli, con ese tono didáctico que suele dar a sus obras históricas el mago de Hollywood.
La escena de las rotativas en marcha al final de la película me emocionaron.
Relata el amor entre una señorona, Cate Blanchett, y una dependienta con ganas de ser fotógrafa, Rooney Mara.
Es una historia de amor homo en los años cincuenta.
Carol es una peli detallista, delicada, cuidada al extremo, compuesta de planos bellos y perfectos.
Los sentimientos se intuyen o se manifiestan levemente, no quiero decir que no haya pasión, pero es femenina, sin estridencias.
En Carol todo es exquisito, refinado, pulcro, delicioso, placentero, edulcorado, elegante, distinguido…
La historia de amor se complica con una trama de extorsión en pleno divorcio para conseguir la custodia de la hija de Carol.
El personaje de Cate Blanchett termina aceptando su condición y claudicando ante su esposo. Tal vez para la época sea lo más avanzado, pero en este siglo XXI sería una solución penosa.
De toda la historia solo me molesta que Carol es una mujer (muy perfecta) pero que no tiene ni oficio ni beneficio y su vida discurre confortable, burguesa y ociosa.
Pero a Cate Blanchett se lo perdono todo.
Carol es una de las grandes pelis del año pasado (o como diría Rajoy “pasao“).
Hace unos meses todo el mundo puso por los cielos Shame de este director británico afincado en Amsterdam. A mí me pareció regularcilla, aunque con puntos de interés.
Ahora en 12 años de esclavitud la crítica se ha vuelto a entregar.
Nada de lo que se cuenta es novedoso. El sufrimiento que los seres humanos pueden infringir es inmensa. La institucionalización y la legalidad de la crueldad es una vergüenza para esto que llamamos civilización.
Sobre este tema se ha hecho de todo, bueno y malo. Steve McQueen es muy hábil en tocarnos en la fibra más sensible para nosotros que es la pérdida de la libertad y la posterior esclavitud. No usa recursos trillados de emocionar con sensiblería y solo se rinde a esta tentación al final de la peli.
El mundo depravado que se nos muestra contrasta con el paisaje idílico de Luisiana que sirve de escenario a la tragedia.
Pero no solo hay maldad en los hombres sino en el sistema que oprime hasta el punto de hacer cómplice a la víctima de la misma estructura orgánica que le ataca.
Nos lo muestra McQueen, cruelmente, en varias escenas. Horrorosa e interminable en la que Solomon Northup permanece colgado ante la indiferencia del paisaje y del paisanaje. O cuando es obligado a azotar al personaje que interpreta Lupita Nyong’o.
La propia estructura crea en la víctima el sentimiento de complicidad y de culpabilidad.
Estos aspectos, tal vez, sean los más novedosos de la peli del británico.
La música es perfecta y maravillosa. La fotografía impresionante. La realización, técnicamente muy conseguida, con planos generales, huyendo de la moda de los primeros planos que detesto profundamente.
Con todo lo dicho ¿porqué no termina de parecerme la maravilla que a todo el mundo?
Su insistencia en el sufrimiento me ha recordado La Pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson pero sin hablar en arameo, ni en latín. En estas dos pelis, siendo muy distintas, se produce un efecto de saturación. La insistencia en mostrar el dolor con imágenes impactantes genera una desensibilización en el espectador. Llega un momento en el que, por muy horroroso sea lo que se ve, ya no te llega.
El personaje de Edwin Epps, sádico esclavista, sería imposible de creer sino lo interpretara un Michael Fassbender que compone una actuación más que magistral, un hombre atormentado que reprime sus pulsiones con una crueldad insoportable. Pero para mala-mala su esposa, celosa, despiadada, cizañera y vengativa.
No quiero olvidarme de Paul Dano que interpreta a un capataz con muy mal perder que este año también compuso un muy buen papel en Prisioneros, también de malo.
Brad Pitt se reserva el papel de productor y de salvador, se las sabe todas, el muy pillín.
Supongo que 12 años de esclavitud se llevará un buen montón de oscars pero a mí me sigue gustando más esta Prisioneros que acabo de mencionar.
Jeff Nichols estrenó en 2011 la interesante Take Shelter. Ahora nos ofrece un relato con múltiples.
Se nos sumerge en esa América profunda, lejana a la soleada California o la cinematográfica Nueva York.
La historia se desarrolla en Arkansas y más concretamente en el río Misisipi. La isla que aparece se encuentra a las afueras de la ciudad de Eudora.
Se trata de la mayor producción que ha sido rodada en este estado americano.
Los protagonistas son perdedores marginales que malviven, a veces, aferrados a su pequeño mundo. En esto me recuerdan a Bestias del Sur salvajes.
Este ambiente y este tipo de personajes encajan bien dentro de lo que se ha dado en llamar el Gótico americano.
Pero Mud también es una historia de amor, de amor destructivo, lesivo pero inevitable. Los sentimientos superan a la lógica y al sentido común.
También es un relato de iniciación, con esos muchachos muy espabilados, que se sienten atraídos por un perseguido y deciden ayudarle por lo que tiene de aventura y de riesgo.
Riesgo que se percibe también en el Misisipi con sus aguas turbias y contaminadas.
Mud, el personaje que interpreta Matthew McConaughey, se traduce al castellano como barro, está lleno de aristas pero derrocha humanidad. Su vida se ha visto lastrada por ese amor tóxico que le ha llevado al abismo.
El bueno de Matthew McConaughey que se siempre se ha distinguido por llevar el torso desnudo aquí no se quiere desprender de su cochambrosa camisa blanca. Su interpretación es absolutamente apabullante. El mejor papel de su vida.
La historia discurre de forma elegante, sin prisas, tal vez con algún tributo innecesario a la comercialidad.
Sorprende ver a una Reese Witherspoon en un registro de choni americana, origen y detonante de la desgracia.
Acudí a ver Mud la tarde del estreno (viernes 30 de agosto) a la primera sesión y sorprendentemente había una cola decamétrica. Menos mal que había salido con tiempo. Entre los compradores de entradas muchas adolescentes.
En la sala fui el único espectador. Me ocurre con frecuencia.