Veo esta peli porque algunas me mis entrevistadas en Guadalajara de Cine la mencionan como la peli de su infancia.
La recordaba vagamente. No me había olvidado de su humor y de su ligereza.
Es un cuento medieval de capa y espada con protagonistas guapos y secundarios resultones.
Buenas escenas de peleas, con estupendos momentos de risa o de sonrisa sin que chirrien y una historia de amor a la vieja usanza.
Ahora resulta trasnochada. Con una protagonista femenina de la Edad Media y no del siglo XXI.
Me impresiona ver a una jovencísima y empalagosa Robin Wright. Impresionante su transformación, con los años y con la vida, llegando a ser la señora Underwood en House of Cards.
Los Underwood siguen siendo igual de malos y calculadores, pero la trama resulta monótona.
Su lucha para aferrase al poder retorciendo la ley y la Constitución resulta patética.
Se nos introduce en los vericuetos complejos de la legislación americana, que no interesan y no importan.
Capítulo tras capítulo asistimos a un espectáculo deprimente.
Sus rivales al puesto de presidente no son mucho mejores personas que estos adictos al poder a toda costa.
En fin, muy a nuestro pesar, hemos decidido dejar de perder el tiempo y clausurar esta serie, que anteriores temporadas, nos ha hecho pasar momentos magníficos.
Wonder Woman se toma tan en serio como un cómic se puede tomar.
Eso le da una ligereza y una frescura que entretiene y emociona.
Podría dividirse en tres capítulos:
En el Paraíso.
Los horrores de la guerra.
El nacimiento de una super-heroína.
Maravillosa la historia de las amazonas destinadas a enfrentarse con Ares.
Divertido como Diana descubre como es la vida a principios del siglo veinte y el enfrentamiento entre una muchacha criada en una sociedad feminista con ese mundo machista y misógino.
Descarnado el hallazgo de lo terrible de un conflicto bélico.
Al final Wonder Woman encuentra su estatus en el mundo.
La peli está magníficamente rodada, con una fotografía de Matthew Jensen espectacular.
Resulta muy entretenida con un ritmo adecuado, intercalando escenas de acción con otras de reflexión, bien proporcionadas, sin que la acción apabulle.
Sabe divertir, sabe hacer reír, sabe conmover.
Gal Gadot está estupenda, aportando un físico potente, pero además resultando convincente como actriz.
Elena Anaya sale de mala, en un papel poco lucido.
En esta tercera temporada ya tenemos instalado a Francis Underwood (Kevin Spacey) en la Casa Blanca.
Pero las cosas no vienen rodadas. Todo son complicaciones.
.
.
Por otro lado Doug Stamper (Michael Kelly) se recupera de la agresión que padeció en el último capítulo de la segunda temporada.
Para que os centréis éste es el lugarteniente de Underwood.
.
.
Dos mujeres se convierten en enemigas.
Por un lado la Congresista Jackie Sharp (Molly Parker).
.
.
Por otro la candidata Heather Dunbar (Elizabeth Marvel).
.
.
Las cosas se le complican cuando sus relaciones con su ambiciosa esposa Claire Underwood (Robin Wright), se deterioran.
Me resulta asombroso que un personaje tan repulsivo como el presidente Francis Underwood me resulte tan atractivo.
Francis es calculador, malvado, soberbio, sin escrúpulos, sin lealtad, sin barreras morales. Un auténtico psicópata de la política.
Su ambición es desmedida. Todo por el poder. Y cuando digo todo, es todo.
Robin Wright interpreta a la Primera Dama, que por cierto ejerce de directora de alguno de los episodios, es gélida como la Antártida. Me da un poco de miedo.
.
.
Curiosamente los discursos y los debates de los políticos que aparecen en la serie son muy interesantes y no aburren.
Posiblemente en esta serie no hay buenos. La bondad es una cualidad que escasea en la política norteamericana.
Es una serie soberbia. De diez.
Preparados para ver la cuarta temporada, pero antes vamos a retomar las series nórdica y nos disponemos a ver dos temporada de Bron (El puente).
La septuagésimo segunda edición del Festival de Venecia fue inaugurada con esta película.
Se supone que es un relato épico y, en consecuencia, debe emocionar.
A mí me ha dejado frío (podría parecer un chiste, porque a esas alturas en la montaña hace mucho fresquet, pero no lo es).
La presentación de los personajes es bastante torpe y no llegué a empatizar con ninguno.
La peli nos plantea la ascensión al Everest como una excursión organizada (todo incluido). Pagas 65.000 dólares y te suben al techo del mundo.
Hay cuerdas para irte sujetando, botellas de oxígeno para que no te falte el aliento y unos guías que intentan dar un tono épico al viajecito que ha costado una pasta.
Los sherpas suben las sillas a los diferentes campamentos, las tiendas, las bombonas, colocan las cuerdas y a pulmón libre. Estos son los que tienen mérito.
Pero en esta ocasión la climatología, la mala organización y la escasa forma física de algunos excursionistas se aliaron para que se produjera un desastre.
Con todo lo dicho la épica ha quedado en las intenciones.
Además los personajes al estar mal presentados te importan poca cosa.
Cuando ya estamos sumergidos en la tragedia, la narración se vuelve muy confusa. La nieve y la oscuridad te impide situarte y todos los montañeros van bien tapados y con máscara, con lo cual no sabemos quien es quien.
El desastre llega también a la película.
Hay buenas imágenes, planos aéreos preciosos, pero la historia, los personajes y el desarrollo resultan poco atractivos.
No pasa de entretenidilla.
Parece mentira que un Festival como el de Venecia, que presume ser de autor, comience tan penosamente.
Si la primera temporada me gustó, esta segunda me ha fascinado.
Francis Underwood y su bellísima esposa Claire Underwood son la personificación del mal, de la ambición, de la ausencia de moral y de ética.
Impresionantes Kevin Spacey y Robin Wright.
Sus rocambolescas y manipuladoras intrigas los llevan al triunfo máximo, haciendo buena la frase que pronuncia en el primer capítulo de esta temporada: “La democracia está sobrevalorada”.
En House of Cards se aprende mucho como funciona el Congreso norteamericano, donde cada congresista vota con independencia de su grupo parlamentario, cuestión impensable en España.
También se destapan escándalos de financiación ilegal, como en España.
Aquí es todo más chapucero con apuntes a lápiz en una libreta.
Ahí dimite el presidente, aquí…
Hay un fondo de crítica al sistema político norteamericano, donde individuos como Francis Underwood pueden prosperar.
La estructura de intriga política está magníficamente bien trazada de tal manera que te pide atención, pero te da mucho interés que casi se vuelve adictiva, o sin casi.
El final es apoteósico, con muchas subtramas abiertas.
Destacar que entre los directores de los diferentes capítulos hay realizadores muy destacados como David Fincher, James Foley, Joel Schumacher, Agnieszka Holland, Robin Wright (también protagonista de la serie) y la exniña prodigio Jodie Foster.
Es indudable que las series están viviendo una época dorada y que los grandes actores y directores se han volcado en este formato televisivo.
House of Cards es sin duda una de las mejores series de los últimos tiempos.
Dicen que es junto a The Wire es una de las series favoritas del presidente Obama. A mí me suena a postureo.
House of Cards es una serie política, pero funciona como un thriller de intriga puro y duro.
Si trasladáramos a Francis Underwood (Kevin Spacey) y a su calculadora esposa (Robin Wright), al mundo de la mafia podríamos hacer Los Soprano 2, sin problemas, pero mucho más sofisticado y retorcido.
Porque Maquiavelo era un ignorantico, un pipiolo comparado con el congresista Francis Underwood.
Este individuo es manipulador, deshonesto, calculador, ambicioso, déspota, desalmado, egocéntrico… ¿Podría decir que el político ideal?
Capaz de hundir hasta la muerte a quien le estorbe.
Si alguna vez este congresista te hace un favor, que quede claro que tendrás de devolvérselo. Me recuerda al Padrino, Don Vito, diciendo: “tal vez llegará un día en que necesite tu ayuda…”
House of Cards tiene mucho de drama shakesperiano. Todo dominado por la ambición y las ansias de poder.
La prensa tampoco sale muy bien parada. Cualquier cosa para conseguir una exclusiva.
Yo no me veo acostándome con Penélope Cruz para averiguar si va salir en la próxima peli de Almodóbar. Aunque pensándolo bien me debo a mis seguidores. Tendría que hacer un esfuerzo.
Volviendo a la serie.
Me ha fascinado, me subyuga. Aunque no consigo comprender que tiene de interés alcanzar el poder a costa de todo, incluida la dignidad.
Hemos empezado de tirón a ver la segunda temporada. No puedo evitarlo estoy enganchado.
A Robin Wright le ofrecen digitalizarla para hacer pelis con ella de protagonista, pero sin ella físicamente.
Un maravilloso Harvey Keitel, su agente de toda la vida la trata de convencer.
Esos primeros minutos prometían.
Pero de pronto esnifando una droga alucinógena, la protagonista se sumerge en un mundo de dibujos animados abigarrado, colorista, intenso, asfixiante y tremendamente aburrido.
Ari Folman pierde el sentido y nos muestra un sindiós que no sabemos a donde va ni que pretende. Una ceremonia de la confusión que aburre.
Lo que podía ser un arco iris visual (y lo es) me saturó. En absoluto me atraía. Muy al contrario, me repugnaba.
Curiosamente cuando regresa, brevemente, a la realidad (cutre, sucia y maloliente) me volvió a atrapar, pero solo fueron unos minutos.
Que conste que a otros críticos de mucha más valía que yo sí les atrajo. Copio lo que escribió en su estreno Jordi Costa para el diario El País:
“El director corresponde a la fertilidad imaginativa de Lem con un despliegue de afortunadas ideas visuales, transformando el afilado tono cómico del original en un poema onírico de aire melancólico”
A mí, en cambio, los 120 minutos de la peli me parecieron tres días insoportables.
Cuando se habla de peli de espías pensamos en la saga del 007. Guaperas, acción, chicas sexys, automóviles de lujo, artilugios sofisticados…
Ver a personas normales haciendo de agentes de inteligencia descoloca un poco. Bueno, un poco no, mucho mucho.
El hombre más buscado gana conforme avanza el metraje. Al principio oí roncar a algún espectador.
Se apoya fundamentalmente en la labor de los actores y en una trama inteligente, pero comprensible.
Philip Seymour Hoffman clava su personaje. Interpreta a Günther Bachmann, un viejo espía alemán, que no se conforma con cazar al terrorista, sino que pretende llegar al meollo del asunto, que es la financiación.
A mí Rachel McAdams me encanta. Aquí vuelve a estar estupenda. Acostumbrado a verla en comedias, su interpretación resulta de lo más convincente.
Se la ha comparado a El Topo de Tomas Alfredson. Algo tienen en común, pero ésta de Anton Corbijn es mucho más entretenida.
Salí satisfecho del cine: “Debo ser algo inteligente, he entendido de que va”. Bueno, del todo no, pero casi.
Esta peli nos cuenta las desventuras de Pippa que con unos 50 años pasa su vida como abnegada esposa de su marido 30 años mayor que ella.
La peli nos relata al mismo tiempo su niñez y adolescencia con un padre predicador y una madre bipolar adicta a las anfetaminas. En su tormentosa juventud encuentra apoyo en un hombre mayor culto y un poco repelente , vamos el típico jilipollas, con el que se casa.
Pero la gran protagonista de la película es Rebecca Miller, que es la escritora del libro, la guionista y la directora. Rebbeca es hija del escritor Arthur Miller y de la fotógrafa Inge Morath, la siguiente esposa del escritor después de Marylin Monroe que murió un mes antes del nacimiento de Rebbeca. Además esta directora es la esposa de Daniel Day-Lewis.
Esta peli es adecuada para ponerla en un curso de salud mental. Hay patologías diversas: trastorno bipolar, sonambulismo, ataques de bulimia, adicción a drogas, intento de suicidio, ansiedad… Pero no os confundáis con esto que os digo, la película está muy bien, es una peli interesante que invita a la reflexión, dejando la interpretación de los hechos al espectador.
Como único defecto señalaría la escasez de humor que solo se manifiesta en pocos momentos.
Fui al cine el viernes dos de Julio por la tarde, solo estábamos en el cine tres personas. A la salida coincidí con una horda de jóvenes, más chicas que chicos que salían entusiasmados de ver la tercera entrega de la saga Crepúsculo. Es una pena que una buena película tenga tres espectadores y una basura como Eclipse tenga la sala llena a rebosar.